La empresa Ferrari Farm cultiva productos en invernaderos hidropónicos, un método que es replicable en cualquier lugar del mundo a pesar de las condiciones climáticas externas
Petrella Salto / Oricola (Italia) | 2 de agosto de 2021
“Todos piensan que es artificial, pero cuando el ojo ve, y la lengua saborea, la gente se da cuenta de que ese es el tomate de mi abuelo”. Giorgia Pontetti, de 44 años, es una ingeniera eléctrica y aeroespacial con pasión por la naturaleza. Tras años de investigaciones, finalmente ha conseguido unir sus dos amores fundando Ferrari Farm, una empresa que recurre al pasado con una visión contemporánea. Sus invernaderos hidropónicos emplean las técnicas de la hidroponía, la antiquísima agricultura practicada por civilizaciones como los babilonios, aztecas o chinos. Con una adición: una computadora que reproduce el ambiente ideal para que la plantas crezcan, siguiendo sus estados fenológicos —cambios externos visibles— y aislándolas de las condiciones climáticas exteriores. “Como necesitamos a la ciencia para hacer fertilizantes, herbicidas y tratamientos químicos, necesitamos a la ciencia también para volver atrás”, describe la creadora del proyecto.
En la noche, la temperatura desciende hasta los -15 grados centígrados. Las calles de la zona de Cicolano (en la región del Lacio, en el centro de Italia), están llenas de nieve, con algún residuo de hielo que obliga a ralentizar el paso. Los inviernos rígidos y las oscilaciones térmicas no favorecen el cultivo, especialmente el del tomate, que sufre mucho el frío y tiene un umbral de resistencia de unos 10 grados. Sin embargo, en los invernaderos hidropónicos de Ferrari Farm crece frondoso, como si fuera siempre primavera, inmune a los cambios del clima. Solo se usan agua y sustancias nutritivas, nada de tierra. Y podría darse también en el Círculo Polar Ártico o en el espacio.
La empresa, de dos socios y dos empleados, se asoma sobre el imponente lago del Salto, creado por el dictador Benito Mussolini, en 1940, tras el bloqueo de un río con una presa. Los locales reivindican el lugar como la verdadera Costa Smeralda, nombre con el que se conoce a una famosa zona turística de la isla de Cerdeña. La tierra sobre la que se sitúa Ferrari Farm, en el municipio de Petrella Salto, le correspondía como herencia al abuelo de Pontetti, Guido, primogénito de una familia que lo desheredó cuando emigró a causa de la Segunda Guerra Mundial. Solo años después, Antonio, su padre, logró readquirirla.
“Siempre he tenido un gran amor por la naturaleza. Estaba acostumbrada a desayunar con el pepino recién recogido. Sabores que luego se olvidan y que he redescubierto con la hidroponía”, recuerda Pontetti. De pequeña quería convertirse en astronauta, y se ha acercado a su objetivo. En 1996, abrió con su padre la empresa G&A Engineering en Oricola, en la región de los Abruzos, que trabaja en los sectores de la defensa y el aeroespacial. Desde sus laboratorios procede toda la tecnología empleada en Ferrari Farm, financiada con los ahorros de una vida. “He pensado que era una locura porque estamos en Italia y el emprendimiento está un poco complicado, pero si Giorgia te dice que tiene una idea seguramente es vencedora. Ella es una genio”, sostiene Valentina, hermana menor y socia.
El cultivo en el espacio exterior
Hace doce años, durante una conferencia sobre agricultura espacial en Sperlonga (Lacio), Pontetti tuvo una revelación tras escuchar a un profesor decir: “Cuando vayamos a Marte, cultivaremos la hidroponía”. De esas palabras surgió una profunda investigación para saber de qué se trataría: una agricultura que alimenta las plantas solo con agua y nutrientes, sin tierra.
La NASA ha demostrado que es posible usar la hidroponía para cultivar arroz, patatas y soja en ambientes artificiales iluminados por un sistema de luces led. En la Estación Espacial Internacional, su tripulación ha conseguido crecer una serie de micro verduras como punto de partida para la producción de comida en las misiones de larga duración. Estos experimentos pueden revelarse útiles también para la Tierra: en Japón, por ejemplo, una granja vertical de 3500 metros cuadrados produce lechuga para todo el país. “Las estructuras se pueden posicionar cerca de centros urbanos”, explica Ray Wheeler, fisiólogo vegetal de un equipo de investigación del Kennedy Space Center de la NASA, “de forma que reducen la energía requerida por el transporte de comida en largas distancias”, añade.
Cuando se entra en el invernadero del tomate hidropónico de Ferrari Farm, hay que vestirse como en un quirófano: el ambiente, de 100 metros cuadrados, es hermético y completamente estéril. Los vidrios filtran los rayos del sol y se puede observar la nieve desde los reconfortantes 15 grados del microclima primaveral interior. Las hortalizas están sostenidas por hilos y se desarrollan en vertical hasta 20 metros de altura. Tienen un color rojo vivo y crecen con una receta de sales minerales, potasio y hierro. Gracias a este sistema no llevan níquel, que causa reacciones alérgicas a un 10% de la población mundial. “Hubo gente que tenía choques anafilácticos, pero aquí, en cambio, se ha hartado de comer tomates”, cuenta satisfecha Pontetti.
Todas las plantas son regadas con la misma cantidad de agua, 125 litros al mes en baja temporada, y la que no es absorbida se esteriliza y reintroduce en un circuito circular. El ahorro hídrico con respecto al cultivo tradicional es notable, un 90%. Y es particularmente importante en países como Italia, que de aquí al 2080 corre el riesgo de perder el 40% de sus recursos hídricos debido a la desertificación, según detalla un estudio del Centro Euromediterráneo sobre los Cambios Climáticos (CMCC, por sus siglas en italiano).
De momento, Ferrari Farm convierte el tomate en mermelada, salsa, papillas, néctar y, bajo pedido, pesto. Abastece un mercado reducido con respecto a otros invernaderos hidropónicos no computarizados y herméticos, que cultivan de manera intensiva para luego vender los productos en los supermercados, donde la empresa de Pontetti no quiere adentrarse. Pero el potencial es enorme. “Puede ofrecer sistemas de crecimiento de las plantas en áreas remotas donde no hay comida fresca, como los desiertos o el Ártico. El reciclaje de agua y nutrientes compensa el dióxido de carbono requerido para generar energía”, sostiene Wheeler.
La salsa de tomate
Toda la producción de la empresa, que genera 200 kilos de tomate cada 10 días, durante ocho meses al año, es vendida en línea o en las bodegas de las principales localidades de la zona, como Avezzano, L’Aquila o Rieti. A los pies del centro histórico de la última ciudad, se encuentra AmatriciAmo, de Alberta Tabbo, que se ha comprometido con la iniciativa desde el principio. “Su caballo de batalla es esto”, dice, indicando la salsa. “Y está buena, es tomate en estado puro. Cuando por error un cliente toma este frasco no sabe que estamos hablando de otra cosa. Yo gasto mi tiempo para explicárselo porque lo merece”, añade.
"Cuando por error un cliente toma este frasco no sabe que estamos hablando de otra cosa”
Alberta Tabbo
En los últimos ocho meses, Tabbo ha vendido online al menos 200 ejemplares de salsa, que continúa a suscitar interés. “Se nota la genuinidad de sus productos y el sabor es claramente mejor respecto a las salsas de los supermercados. Es otra cosa”, sostiene Luciana Chelini. Desde hace 10 años, es una cliente fiel de Ferrari Farm y confía en que en el futuro este método de cultivo sea el más difundido: “Estamos seguros de lo que comemos”.
En sus 30 hectáreas de tierra, Pontetti cultiva biológicamente 3.500 plantas al aire libre, muchas procedentes de la época de su abuelo Giulio. Pero trabajar con la estacionalidad, sin plaguicidas y productos químicos se hace cada vez más difícil porque el clima está cambiando: “Es un desastre. Cuando estaba mi abuelo, las cerezas eran siempre de la misma calidad y cantidad. Ahora ya no es así”.
Los innovadores invernaderos producen independientemente de las condiciones meteorológicas. Una ventaja importante: según los datos del European Severe Weather Database, unos 1.100 tornados, inundaciones, tormentas de nieve o avalanchas han golpeado Italia, de norte a sur, en 2020. En España, se registraron solo 470. El crecimiento exponencial de los eventos climáticos extremos ha dañado seriamente la agricultura del país transalpino, lo que ha provocado pérdidas estimadas de unos 64 mil millones de euros, entre 1980 y 2017, según la Agencia Europea para el Ambiente.
Italia sufre las consecuencias de su posición geográfica: la temperatura del área del Mediterráneo podría exceder los objetivos impuestos por la cumbre de París, que ha fijado que no se supere el umbral en un grado y medio. El problema es enfatizado por la frágil morfología de la península, por la alta densidad de terrenos montañosos y por una gran explotación del suelo, que está entre las más altas de Europa: dos metros cuadrados cada segundo. “Los terrenos son abandonados y la agricultura ya no está. Hasta que el clima ha sido templado los problemas se sentían menos, pero ahora la fragilidad del territorio crea muchos daños”, explica Antonello Pasini, físico del clima del Consejo Nacional para las Investigaciones (CNR, por sus siglas en italiano).
Ilara Mazzocchi, agrónoma recién graduada, ha sido contratada en plena emergencia sanitaria y trabaja principalmente en la planta de Oricola, donde las oficinas microelectrónicas y las impresoras 3D desarrollan las ideas de Ferrari Farm. “Pienso que es la agricultura del futuro, porque no tendremos elección. Si no hay tierra cultivable, tendremos que pasar a soluciones hidropónicas”, considera.
Mazzocchi monitorea una habitación que acoge un pequeño bosque vertical, donde el azafrán crece en cuatro estados fenológicos. El objetivo es venderlo a la industria farmacéutica. Iluminado por una luz led fucsia, se apoya sobre una capa de fieltro obtenido desde la corteza de los árboles en un ambiente que replica las características climáticas de Navelli (Abruzos), donde el producto es de gran calidad. A pocos pasos se encuentran las dos últimas creaciones: una granja vertical de dos metros de altura que servirá de separador entre mesas de un restaurante y una especie de frigorífico y la Robot Farm, para cultivar en casa evitando someter las plantas a la contaminación atmosférica.
Una opción frente al cambio climático
Las estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) prevén que la población mundial supere los 10 mil millones antes de 2050. La producción alimentaria requerirá un aumento de un 70%, mientras que los espacios cultivables disminuirán. “Por un lado, la hidroponía podría representar la solución a la reducción de la tierras disponibles y a los fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes”, subraya Maria Vincenza Chiriacò, investigadora del CMCC. “Sin embargo, hay toda una cultura relacionada con la producción agrícola local y tengo miedo de que con estas técnicas podría perderse”, añade. También Antonello Pasini, del CNR, tiene dudas: “Se trataría de desprendernos de nuestro sustrato y emigrar dentro de una nave espacial”.
Para Pontetti, en cambio, la hidroponía será capaz de salvaguardar la biodiversidad y de recrear en los invernaderos el hábitat adecuado para permitir la supervivencia de las excelencias italianas. Quizás, en el futuro el tomate pachino de Sicilia podría ser cultivado en el Polo Norte o entrar en la dieta de los astronautas. Parece ciencia ficción, pero la mente detrás de Ferrari Farm lo define simplemente como “una visión extrema”. “El último baluarte defensivo”, objeta Pasini, que advierte: “Antes tenemos que encontrar una armonía con el ambiente que nos rodea”.