Agentes argentinos denunciados por violencia de género reciben talleres para trabajar sobre sus agresiones con una perspectiva feminista
Buenos Aires | 5 de octubre de 2021
El pueblo de Rojas queda a 240 kilómetros de Buenos Aires y casi nadie hablaba de él en el resto del país hasta que Matías Ezequiel Martínez, un policía local, asesinó a Úrsula Bahillo, su exnovia, de 18 años. La noticia detuvo los relojes del fin de semana de carnaval en Argentina, el 8 de febrero de 2021. Aquella noche, a pesar de las reiteradas denuncias que la mujer había interpuesto contra su expareja, el agente cometió el femicidio a fuerza de trece puñaladas. Luego, se sentó en su auto y llamó a un tío. “Me mandé una cagada”, le dijo. El mismo hombre fue quien dio el aviso al 911 (emergencias) y, demasiado tarde, las autoridades actuaron en esta historia de violencia.
Renata, cuyo nombre fue cambiado para esta historia, es una feminista que trabaja en un organismo público con varones policías denunciados por violencia de género, como el caso de Martínez. Todos los días entrevista y conversa con hombres, de distintas edades y jerarquías, que recibieron denuncias por haber ejercido alguno de los delitos en el paraguas de la violencia machista. Los agentes con los que platica no suelen identificar su agresión como tal: fue “un desliz”, “una cagada”, “el resultado de una patologización [‘ella está loca, ella me hizo esto’]”. O, en los casos más extremos, existe un desconocimiento absoluto. “Yo nací de una mujer, no le faltaría el respeto”, se justifican.
El grupo, que comenzó a funcionar dentro de un organismo público en 2020, ha contado con la participación de más de un centenar de policías. En este espacio, se entabla un diálogo para ahondar en la complejidad de la violencia de género en el ámbito de las fuerzas de seguridad. El equipo que lleva a cabo la iniciativa, además, investiga e intenta trazar las relaciones entre las estructuras de clase, poder y violencia presentes.
“En los espacios intentamos interpelarlos desde un lugar más humano, más respetuoso, que se sientan escuchados”
Renata (nombre ficticio)
En los talleres de Renata, la dinámica consiste en que los agentes acudan sin dos de sus símbolos de mayor poder: el arma y el uniforme. Ser policía no se piensa como un empleo, sino como una identidad. El despojo de la placa transforma su relación no solo con su entorno, sino con ellos mismos, explica. “El uniforme reafirma y crea su ser macho”, añade la trabajadora.
El policía varón es, en muchos casos, un civil que tuvo una vida de vulnerabilidad, ya que la mayoría de las fuerzas de seguridad están compuestas por personas provenientes de sectores populares. El pago neto de un agente novato, según cifras de la provincia de Buenos Aires, es de unos 520 dólares mensuales; el salario mínimo ronda los 300.
Renata comenta que, sin ser cómplice, hace falta aplicar una mirada empática a estas historias. “Están expuestos a la gestión de la violencia las 24 horas. En los espacios intentamos interpelarlos desde un lugar más humano, más respetuoso, que se sientan escuchados”, comenta. Un policía puede salir de un tiroteo y ponerse a hacer otra cosa, pero, ¿qué le pasa al hombre debajo del uniforme?
En agosto, el Observatorio Lucía Pérez, llamado así en homenaje a una joven asesinada en la ciudad balnearia de Mar del Plata, publicó los siguientes datos: en los primeros ocho meses de 2021, la violencia patriarcal causó 194 femicidio y transfeminicidios en el país. Además, estos crímenes han dejado 158 niñas y niños huérfanos y han despertado un movimiento de protesta con más de 230 marchas, una diaria. En ese contexto se produjo el femicidio de Bahillo.
Brújula Global realizó una petición para conversar con los participantes de la actividad en persona o por teléfono, pero esta fue denegada por el equipo de trabajo por razones de seguridad y confidencialidad.
52.000 llamadas de denuncia en medio año
A los pocos días, el policía Martínez fue encontrado culpable por otra causa que pesaba contra él. Una denuncia de su exnovia por hechos de 2017 le valió una condena de cuatro años. Belén Miranda, la otra joven, contó que ella y Bahillo habían hablado tres días antes del femicidio. “Si me pasa algo, ya sabés quién me mató”, le relató entonces la mujer asesinada.
¿Cómo puede ser que tengamos tantas amigas violentadas, pero los varones no tengan ningún amigo violento?
Lo sucedido en el pueblo de Rojas generó una reacción en redes sociales apabullante, como suele ocurrir cuando se conoce una historia como esta. En dicha ocasión, el reclamo giró hacia los varones. “¿Cómo puede ser que tengamos tantas amigas violentadas, pero los varones no tengan ningún amigo violento?”, se preguntaron miles de feministas ese día. La línea telefónica de atención y asistencia para casos de violencia de género en la nación, la 144, recibió en los primeros seis meses de este año más de 52 mil llamadas en sus tres sedes. De estas, el 69% fueron por violencia física.
En un país como Argentina, donde surgió el pañuelo verde —el emblema que articula los reclamos por los derechos reproductivos en América Latina— y la conquista de derechos, la violencia machista no da tregua. A pesar de la llegada del feminismo a las instituciones públicas, la formación en espacios privados, públicos y de la sociedad civil, y los debates sociales y políticos, los números que hicieron estallar la consigna “Ni una menos“, en el invierno de 2015, no ceden.
Los hombres agresores
Como aquel día caluroso y abrumador de febrero, las preguntas que persisten son quiénes son los hombres violentos, cuál es el origen de sus agresiones y si se puede trabajar en revertirlas. Matías De Stéfano Barbero, doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, habla acerca de por qué los avances de los últimos años no han logrado mermar la punta del iceberg de las agresiones machistas. Para esto, propone llevar la pregunta un poco más atrás en la conformación de las masculinidades violentas. “Los varones que las ejercen consideran su vida afectiva como su vida privada. Generalmente, no hablan con nadie de los conflictos que tienen con sus parejas, ni siquiera con sus amigos. Podríamos pensar que lo que caracteriza las relaciones de los varones que ejercen violencia no es el alarde de la violencia [con sus conocidos], sino el silencio”, resalta.
El callarlo o la privatización de su vida afectiva aleja ese diálogo de la mesa de los hombres, del encuentro con sus amigos. El estereotipo del varón heterosexual argentino no es silencioso, más bien lo contrario: se encuentran en las canchas de fútbol, en los bares, en los recitales y en los asados. “En esos contextos parece que no da ponerse a hablar de lo que a uno le pasa porque la estamos pasando bien. Y no hablamos de lo que nos sucede porque la información es poder. Y las relaciones, no solamente entre varones y mujeres, sino también entre los propios varones, son relaciones de poder”, destaca De Stefano Barbero, que también es autor del libro Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad.
El uniforme claro y potente de los policías es una metáfora en los análisis del investigador. “La masculinidad, como mandato, nos lleva a los hombres a buscar estar siempre en la posición de poder, algo que es evidentemente insostenible. Nadie puede plegarse completamente a esos ideales de ser siempre el protector, proveedor, valiente, potente sexual y económicamente, de ser racional y siempre tener el control”, describe. La escucha, la pregunta y el afecto son formas de desarticular el personaje de macho y crear un margen para repensar la masculinidad también dentro de la heterosexualidad.
Las discusiones frente a la violencia machista
En Argentina no solo se discute cómo se construye la violencia machista, sino que también se debate de qué manera hace falta hacerle frente. Luego de un período de años, donde el método del escrache se erigió como versión local del #MeToo, la pregunta sobre la cancelación se hizo paso y el movimiento discutió con seriedad sobre una postura: un feminismo emancipatorio debe ser un feminismo antipunitivista.
Quitar el velo de las identidades en juego, darle textura, observar con matices, es fundamental. “Yo creo en que la transformación subjetiva es posible, en el poder de la palabra, de las preguntas incómodas y de la potencia de politizar lo personal para construir estrategias colectivas”, agrega De Stéfano Barbero. El encuentro, como en tantos otros movimientos sociales de la agenda latinoamericana, es la pista de la pelea que continúa para transformar las estructuras violentas.