Tres pueblos de la región de Molise hablan desde hace cinco siglos en ‘na-našu’, una suerte de antiguo croata mezclado con los dialectos locales que está en riesgo de desaparecer
Molise (Italia) | 19 de octubre de 2021
Medo Pucić, escritor procedente de Dalmacia, se encontraba en una sastrería de Nápoles, en el invierno de 1852, cuando escuchó al dueño hablar con algunos clientes en un idioma muy parecido al suyo, el serbocroata. Venían de Acquaviva Collecroce, un pueblo de la región de Molise con una de las pocas colonias de la minoría eslava que resisten todavía en esa minúscula región de Italia central. Allí vivió Giovanni De Rubertis, un profesor apasionado de literatura e historia local que empezó una correspondencia epistolar con Pucić. Las cartas incluían información sobre las tradiciones, la procedencia y los rituales de esa población y terminaron publicadas en el periódico croata El observador dálmata, despertando el interés de los académicos. Las dos orillas del Adriatico volvieron a acercarse.
“¿No es maravilloso que lejos de nuestra madre patria, cuatro siglos después, conservemos todavía nuestro idioma, nuestras costumbres?”, se pregunta De Rubertis. Además de Acquaviva (Kruč, en la lengua local), las otras dos localidades aloglótas, que hablan una lengua diferente a la oficial, son Montemitro (Mundimitar) y San Felice del Molise (Filič), todos situadas entre los ríos Trigno y Biferno, a 30 kilómetros de la costa adriática. Los ciudadanos apodan su idioma —y no dialecto, como siempre aclaran— na-našuo na-našo (en Montemitro), que significa “a nuestra manera”.
“Aprendí el na-našo antes del italiano. Cuando me fui a la guardería, y noté que la maestra no lo hablaba, para mí fue un trauma. No quería volver a clase porque no la entendía”, cuenta Sara Pasciullo, que gestiona la ventanilla lingüística, un centro de promoción del idioma. El eslavo-molisano es heredero del dialecto štokavo-ikavo, común en Croacia, Serbia, Montenegro y Bosnia Herzegovina. Fausto Bellucci, alcalde de San Felice, lo define “como el croata de hace cinco siglos”.
De hecho, por sus similitudes lingüísticas y procedencia geográfica, se les suele definir como la minoría “croata-molisana”, gracias sobre todo a la estrecha relación política y cultural que tienen con la “madre patria”. Durante mucho tiempo, sin embargo, la gente no sabía exactamente quiénes eran, ni de dónde venían. A menudo, lo explicaban simplemente con la frase “su dol z’one bane mora [venimos del otro lado del mar]”.
Lo que ha contribuido a que el na-našu sea considerado una lengua, y no un dialecto, es su mezcla con los dialectos locales, principalmente el abruzzese (de la región de los Abruzos) y el napolitano. Muchas palabras han sido reemplazadas con términos de lenguas romance, un 45% en el caso de los sustantivos, de acuerdo con el profesor Walter Breu, de la Universidad de Konstanz (Alemania).
El lingüista Milan Rešetar detectó por primera vez el momento y el lugar exacto de la migración eslava hacia las costas italianas. La ausencia de préstamos turcos demuestra que comenzó antes de la invasión otomana en el siglo XVI, desde el área de Makarska, en Dalmacia, cerca del valle del Narenta. “En Zagreb [Croacia] puedes intentarlo, logras entenderles, pero allí es como hablar con mi abuelo”, afirma Pasciullo.
El lingüista Milan Rešetar detectó por primera vez el momento y el lugar exacto de la migración eslava hacia las costas italianas
El aislamiento es un factor determinante que ha permitido la conservación del na-našu durante cinco siglos. Rešetar, durante su viaje a las colonias eslavas en Italia, a principios del siglo XX, relató que antes de 1880 no existían carreteras: para llegar había que atravesar el río Biferno en mula o burro. Esto impidió que se creara una norma estándar para la lengua, que ha mantenido algunas diferencias, como una pronunciación más cercana a la original en Montemitro, la localidad más confinada.
“Los refugiados [procedentes del otro lado del Adriático] no han querido perder su identidad, también porque Montemitro estaba lejos de los hombres y de Dios”, afirma el cura Angelo Giorgetta. El exprofesor y gran experto de cultura local Giovanni Piccoli cuenta que, a veces, los habitantes de un pueblo se burlan de los de otros: “Decimos que en Montemitro no tienen gallos, porque lo dicen en italiano, o que no saben escribir porque dicen skrivit (procedente del italiano scrivere)y no pisat. Para ellos, nosotros de Acquaviva no tenemos padre porque utilizamos otac”.
El número de hablantes activos en la región de Molise es muy inferior a los 1.000, menos que los habitantes de las tres localidades, alrededor de 1.500. En el mundo, entre 1950 y 2010, 230 lenguas se han extinguido, según el Atlas de las lenguas del mundo en peligro de la Unesco. Cada dos semanas un idioma muere con su último hablante y se prevé que al menos la mitad de los que quedan desaparecerán antes del final de siglo. El na-našu es uno de ellos y pese a que hay aún jóvenes que resisten, algunos ancianos, como Lucia Giorgetta, de 89 años, critican a los que se han rendido: “Encuentro a muchos niños de Montemitro que no me entienden. No me asombro de ellos, sino de sus padres. No he tenido ningún problema en hablar na-našu con mis nietos de la minoría austriaca, pero sí con los de aquí”.
La evolución histórica
Los eslavos llegaron a Italia primero como soldados mercenarios, luego como comerciantes y artesanos, y por último como refugiados. Cuando llegó el peligro por los otomanos, los primeros en irse fueron los albaneses. Esto, a partir de la conquista de Macedonia (en 1371), pero desde la caída de Albania (1478) la emigración se intensificó. Mientras tanto, tras la conquista de Bosnia (1463), muchos exiliados eslavos que se habían asentado en Dalmacia partieron con rumbo a Italia.
En el mismo periodo, el Reino de Nápoles sufrió el gigantesco terremoto de Santa Bárbara de 1456, que dejó entre 30 y 40 mil muertos desde los Abruzos hasta el sur del territorio, y la epidemia de peste de 1495. Los feudatarios, posesores de las tierras cultivables, necesitaban nuevos habitantes para repoblar las zonas golpeadas y la República de Venecia puso a disposición unas embarcaciones para importar a los colonos que intentaban escapar de los otomanos. Los que se quedaron en los Abruzos y Molise, a menudo confundidos con los albaneses —hoy en día la mayoría lingüística más arraigada de la región— llegaron del puerto de Vasto. Todos los asentamientos siguieron el mismo esquema: repoblamiento de zonas destruidas, excepto la localidad de San Giacomo degli Schiavoni, el único centro fundado por los eslavos.
Acquaviva, Montemitro y San Felice consiguieron salvar el idioma y quedaron aislados por siglos, hasta la publicación de las cartas de De Rubertis. Con su traducción al serbocroata y al ruso, se difundieron noticias sobre esta minoría en el mundo eslavo y en seguida en el italiano, gracias al glotólogo Graziadio Isaia Ascoli. Tras las visitas de Milan Rešetar y Josip Smodlaka, un abogado que fundó una biblioteca eslava en Acquaviva, el Gobierno fascista impuso una pausa a las labores de los investigadores.
“El régimen, como todas las instituciones, ignoraba estas presencias. No existíamos desde una perspectiva institucional”, recuerda Piccoli. No hubo grandes episodios de represión por parte de los fascistas. Solo se cuenta que un maestro, Maddaloni, invitó a los alumnos a comprar una gramática serbocroata para enseñar a leer y escribir en na-našu, pero el día siguiente pidió que los devolvieran: “Habrá sido regañado por sus superiores”, considera Piccoli.
La situación cambió con el fin de la guerra. En los años sesenta, Piccoli fue uno de los autores de las primeras iniciativas bilaterales entre la entonces Yugoslavia y los eslavo-molisanos.”[Las administraciones locales] nos decían que éramos comunistas”. Nacieron revistas en na-našu, primero Naša rič (Nuestra palabra) y luego Naš jezik (Nuestra lengua), asociaciones y un grupo folklórico que viajaba entre las minorías croatas de Europa —siempre en contacto entre ellas— interpretando los pocos cantos de la tradición que han sobrevivido.
“El régimen, como todas las instituciones, ignoraba estas presencias. No existíamos desde una perspectiva institucional”
Giovanni Piccoli
Durante el verano, los jóvenes se iban a la entonces Croacia yugoslava para aprender el croata moderno. Una tradición interrumpida por el estallido de la guerra en los Balcanes. “El último año estabamos listos para partir en el verano, pero dos días antes iniciaron los bombardeos”, recuerda Maria Teresa Piccoli, hija de Giovanni, una de las responsables de la ventanilla lingüística de Montemitro. “Antes era una regla del verano, ahora ya no ocurre regularmente”, añade.
Había también graduados molisanos en Zagreb, como el maestro Pasqualino Sabella, que se casó con una mujer de la minoría croata en Hungría. Entre 1997 y 2014 enseñó croata y na-našu, reemplazando a los profesores cuando no estaban, o a veces durante el horario escolar. Ahora, sin embargo, se ha hecho muy complicado asegurar continuidad. “No hay niños, enseñar el idioma fuera del horario escolar se ha convertido en una hazaña. A lo mejor se inscriben 10 personas y no viene nadie”, dice.
Por cuatro años fue remunerado por el Gobierno croata, que ha promovido la enseñanza de su idioma moderno. Cuando comenzó a dar clases también estaba Agostina Piccoli, uno de los referentes para el territorio y el estudio del na-našu. Empezó a dar clases de forma gratuita en 1995. Luego, en 1996, recibió un pequeño sueldo pagado por las tres alcaldías y, en 1998, murió trágicamente en un accidente. “Su objetivo era que escribiéramos en na-našu, porque nuestra tradición siempre ha sido oral. Cuando murió se paró casi todo. Fue una tragedia”, admite Pasciullo.
En la actualidad, Croacia manda a un profesor a Molise, donde se queda por unos años e imparte clases voluntarias los fines de semanas. Pero hay problemas con las estructuras y la adhesión. “Croacia paga todavía a alguien sin tener la escuela. En San Felice y Montemitro no vino nadie en los últimos dos años”, sostiene Sabella. Solo cuando Piccoli era pequeño en primer grado se alcanzaron los 50 alumnos. Desde entonces, la cifra descendió drásticamente, como afirma Lorenzo Blascetta, uno de los jóvenes más activos de Montemitro: “Cuando estaba en primer grado éramos seis en toda la escuela. Unos seis niños y cinco clases. El primer año ya estudiaba la Segunda Guerra Mundial”.
Los hogares, verdaderos guardianes del na-našu, representan la última esperanza. Si bien, a no todos los padres o abuelos les interesa que sus hijos lo hablen. En San Felice, por ejemplo, se cuentan con los dedos de una mano. El número de hablantes se desplomó tras el primer conflicto mundial: la inmigración procedente de la cercana Casoli —un pueblo de los Abruzos— estimuló la formación de familias mixtas.
Alessandro Manzo, un edil retirado de 81 años, impuso el uso de la lengua local a su hija Michela, de 29, que también gestiona la ventanilla lingüística. “Cuando iba a la guardería, si volvía a casa y hablaba en italiano, le respondía que no la entendía. Para mí es vital mantener el idioma”, dice Manzo, mientras su hija enseguida admite: “Morirá conmigo”.
El aislamiento ha protegido el idioma, pero al mismo tiempo lo ha condenado a un rápido declive. El desempleo en la región, desde finales del siglo XIX, causó una emigración continua, interrumpida solo por el paréntesis fascista. Primero a Estados Unidos, donde se mudaban para ganar dinero e invertirlo en tierras una vez que regresaban. Luego, a Australia, una suerte de sustituto cuando el país norteamericano cerró las fronteras, y a América Latina. Y por último, a Bélgica, Alemania y Suiza.
El máximo número de habitantes se alcanzó en 1951, cuando los tres ayuntamientos contaban con 5.000 ciudadanos, 2.250 en Acquaviva: hoy son alrededor de 1.500. En Australia, hay más de 2.000 inmigrantes eslavo-molisanos. Esto significa que existen más hablantes de na-našu en el continente de Oceanía que en Molise.
Uno de ellos, John Felix Clissa, recogió a finales de los noventa testimonios de esta diáspora, la más significativa, en un libro titulado The Fountain and the Squeezebox (La fuente y el organillo). En la publicación, relata el desembarque de los primeros dos inmigrantes en Fremantle en 1927, donde dieron inicio más de 20 años después a las primeras ‘actas de llamada’, con las que se permitía la reunión con otros familiares. Se calcula que este proceso involucró a más de 350 familias de Acquaviva, casi 100 de San Felice y pocas más de Montemitro. Una de las entrevistadas radicadas en Australia dijo: “A medida que el tiempo pasa, hablo más en na-našu con mis hijos. Tal vez mi familia aquí no lo está perdiendo, pero mi familia en Italia lo olvidó”.
"Demostremos que no es un idioma para viejos y que puede ser usado de manera innovadora”
Lorenzo Blascetta
Entre los jóvenes de ahora, los que estudian en las universidades muchas veces no vuelven o prefieren moverse hacia San Salvo, Vasto o Termoli, las ciudades más pobladas en el límite entre los Abruzos y Molise. Es culpa de la “miopía de la clase política, que ha centralizado todo en estas localidades”, sostiene Piccoli, o de la “apatía de parte de las personas y de la falta de diversiones para los más pequeños”, piensa Blascetta.
Chicos como él representan el último salvavidas. Junto con otros lugareños, es uno de los fundadores de Kroatarantata, un grupo folklórico que interpreta los cantos de la tradición en versión pizzica y taranta, dos géneros típicos de la región de Apulia, dando la vuelta por Europa. También creó un podcast en na-našu y una radio en línea con el objetivo de rejuvenecer la lengua. “Somos jóvenes y siempre nos han dicho que no hablamos bien el na-našu, que es un idioma para viejos, que tarde o temprano se acabará. Entonces demostremos que no es un idioma para viejos y que puede ser usado de manera innovadora”, reivindica Blascetta. En breve se prevé incluso la publicación de una canción tecno.
Ilaria Mirco, responsable de la ventanilla lingüística de Acquaviva, se muestra más pesimista: “Ya es tarde. No hay casi nadie que lo hable y los pocos que quedan son ancianos. Y ni siquiera hay alguien que pueda enseñarlo. Después de mi abuela y mi padre, ¿con quien lo hablaré?”.
La pérdida de la herencia cultural
Lucia Giorgetta perdió a su primer y a su último hijo por una “fiebre maligna”. Le estaba sucediendo lo mismo al segundo, Gabriele, que consiguió salvarse tras ser llevado a un mago, el magar, en San Felice. Giorgetta prefirió no ir porque no creía en los magos y tampoco en las brujas, pero en los tres casos había encontrado anudada la ropa que utilizaba para vendar a sus hijos. “Inmediatamente mi suegra me dio las tijeras y me dijo que cortara y tirara todo al fuego. Lo hicieron las brujas. Dijo: ‘Como quema esto, pueda quemar la cara de quien lo hizo’”. Cuando lo cuenta, tras 50 años, se altera visiblemente. Dice que odia a las brujas y que no quiere saber nada de ellas.
Hoy en día, en los tres pueblos de la minoría eslava de Molise se han perdido estas figuras y ha quedado muy poco de las tradiciones seculares que podrían haber sido importadas. Todavía perviven los grande marcos de roble con los que se da forma a toallas o ajuares y raros cantos, como el Druga Draga (Querida compañera), en Montemitro Lipa Mara (Bella María), que se escuchan durante la fiesta del 1 de mayo (en Acquaviva, el Maja). Durante este ritual propiciatorio para la agricultura, de época precristiana, un cono hecho de verduras y plantas con formas antropomorfas se pasea por el pueblo.
El Lipa Mara o Druga Draga se entona también en Austria, donde se encuentra una de las minorías croatas más importantes, compuesta por al menos 40 mil personas. Gabriele Blascetta, el segundo hijo de Lucia, vive allí con su esposa Renate, mujer eslavo-austriaca que habla un na-našu influido por el alemán. Esta minoría está mucho más organizada que la molisana, como ha podido notar Blascetta: “Ellos tienen una revista semanal, media hora en la televisión, una radio y en la escuela enseñan el idioma desde primer grado. Asimismo, los reconocen como minoría desde finales de la Segunda Guerra Mundial”.
El artículo 6 de la Constitución italiana rige a las minorías lingüísticas, pero fueron una ley regional de 1997, primero, y luego una ley nacional de 1999, las que promovieron la “valorización de las lenguas y cultura de las poblaciones albanesas y croatas”, estableciendo la ventanilla lingüística. Para los que están al mando de estas entidades, sin embargo, la ley no ha tenido en cuenta los problemas de los eslavo-molisanos. “Las ventanillas deberían hacer de mediadoras entre la ciudadanía y la administración pública pensando que la lengua de la minoría es la más hablada. Aquí no se puede aplicar”, afirma Mirco. Por eso, se han convertido en lugares de divulgación, como en el caso de la publicación reciente del Vocabolario Polinómico.
Mientras los ayuntamientos presentan proyectos al Estado italiano, las asociaciones que han surgido a lo largo de las últimas décadas han profundizado la relación con Croacia. La “madre patria” financia iniciativas fácilmente, además de proporcionar un profesor de croata. “No es un país rico, pero hace esfuerzos para que la Unión Europea reconozca a las minorías e invita a todos los países a hacerlo. Italia debería hacerlo pero no lo hace. Aquí tenemos que hacer malabares”, critica Antonio Sammartino, habitante de Montemitro y autor de varios libros y obras sobre el na-našu, que se refiere al tratado por los derechos de la minoría firmado por el Gobierno italiano en Zagreb, en 1996.
El Gobierno croata ha dado un gran apoyo a los eslavo-molisanos, tanto que les ha concedido la posibilidad de acceder a la doble ciudadanía. Tres primeros ministros, Stjepan Mesić, Ivo Josipović e Kolinda Grabar Kitarović, han visitado los tres pueblos, y en algunos casos llevaron sus reclamaciones a los encuentros oficiales. Sammartino relata cómo Kitarovic se quejó al actual presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, por la condición de las carreteras. Desde hace tiempo existe un proyecto para crear un museo sobre la historia de la minoría y quizá sea Croacia, precisamente, quien lo financie.
Este verano, Montemitro acogió a dos chicos croatas que estudian Teología y Filosofía en Split con un proyecto Erasmus (intercambios universitarios en Europa). “Es una minoría que nos interesa mucho. La conocemos desde primaria”, dice Ante, uno de ellos. Mientras lo escucha, Pasciullo contesta: “Ellos saben de nosotros, los italianos no”. Su sensación es que los eslavo-molisanos han sido completamente olvidados: “Las instituciones nos han ignorado. En las escuelas, la lengua siempre ha sido considerada de segunda clase. El miedo a que desaparezca no ha sido suficiente”. De poco ha servido el aviso de Nicola Neri, un médico de Acquaviva paladín de las ideas republicanas que murió ejecutado por los Borbones. Una frase suya, visible en la entrada de la alcaldía, recuerda: “No olvidéis nuestra bella lengua”.