Francia, Bélgica, Holanda y Alemania se enfrentan a su pasado colonial y proponen diferentes estrategias para la devolución de las piezas a su contexto originario
Roma | 10 de enero de 2022
Los bronces de Benín son conocidos universalmente como símbolo de magnífica calidad artística. El complejo de más de mil placas y esculturas de metal adornaba el palacio real del Reino Edo, hoy en el sur de Nigeria, antes de que fuese saqueado por el Imperio Británico. Corría el año 1897 y las ambiciones coloniales inglesas en África estaban expandiéndose. Los soldados se atrevieron a entrar en Benín durante una solemne ceremonia religiosa, una emboscada que costó la vida a la mayor parte de ellos. La respuesta de Londres no se hizo esperar: una expedición punitiva destruyó la Ciudad de Benín, convirtiendo en botín de guerra el famoso conjunto de piezas, que emprendieron su viaje hacia más de 50 museos europeos y norteamericanos.
En los últimos años, sin embargo, algo está cambiando: los bronces empiezan a volver lentamente a casa, donde serán acogidos en el nuevo Museo Edo. En 2014, un asesor médico retirado, Mark Walker, restituyó dos esculturas robadas por su abuelo durante la invasión de 1897. Luego, llegó el turno de la Universidad de Aberdeen (Escocia), que había comprado una cabeza de Oba, el soberano de Benín, y del Jesus College de la Universidad de Cambridge, que recibió una figura de un gallo como regalo del padre de un estudiante. También Alemania, uno de los principales destinos de las obras, ha pedido a los museos un listado detallado para devolver todos los artefactos adquiridos a través del comercio de arte.
No siempre es fácil establecer el origen de los objetos, o si han sido depredados o comprados legalmente, sobre todo en un contexto de dominio como el colonial. El tema de la restitución de las obras de arte llegadas a los países europeos durante ese periodo está en la agenda diaria de los gobiernos. Los recintos, por su parte, se dividen principalmente en dos bloques: quienes creen en la idea del museo universal y en el papel de las obras como testigos de un pasado sangriento, como el British Museum y el Humboldt Forum de Berlín, y aquellos que aceptan que estas necesitan su contexto originario para ser plenamente entendidas, como el Museo Real de África Central de Tervuren (Bélgica).
La muerte de George Floyd a manos de un policía estadounidense, en 2020, y las protestas del movimiento Black Lives Matter reavivaron el debate. Los manifestantes arremetieron contra algunos símbolos emblemáticos de la desigualdad racial y social, como las estatuas de Leopoldo II en Bélgica, que hizo del Congo su posesión personal, o las de Hans Sloane en Londres, el padre del British Museum, acusado de esclavitud. Ya había ocurrido otras veces en la historia. Por ejemplo, con la escultura de Jorge III en Nueva York (1776), o con los monumentos monárquicos de la Francia revolucionaria. Las obras se convierten en una síntesis de las injusticias, representación de un sistema que se debe abatir.
Este discurso forma parte del más complejo concepto de reparación y de los movimientos que exigen a los responsables del colonialismo, esclavitud y discriminación racial no solo indemnizaciones económicas, sino también una admisión de culpabilidad. Lo hizo recientemente Alemania, que reconoció en mayo el genocidio de los Herero y Nama en Namibia y destinará 1.100 millones de euros para la reconstrucción y el desarrollo del país.
En Estados Unidos han nacido numerosas comisiones en Oregón, Nueva York, California y en el Congreso para estudiar la posibilidad de reparaciones a los afroamericanos. Sin embargo, el reconocimiento de la propia responsabilidad pasa a través de medidas específicas y la restitución de las obras de arte robadas es una de las más debatidas.
Para Beatrice Nicolini, profesora de Historia de África en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán, esta necesidad responde a objetivos políticos: “Las solicitudes surgen a menudo desde los liderazgos políticos africanos para tener un consenso más amplio. Por otro lado, existe la necesidad de los países europeos de reconciliarse con una herencia muy pesada, a la luz de los movimientos del mundo anglosajón”.
La batalla de las excolonias para recuperar su patrimonio robado hunde sus raíces ya en la primera fase de la descolonización. En 1954, la Convención de La Haya para la protección de los bienes culturales estableció la preservación del patrimonio artístico en caso de conflicto armado. En 1970, la Unesco impulsó una convención para la prohibición de la importación ilícita, exportación y transferencia de propiedad de los bienes artísticos. Estas iniciativas nunca se aplicaron de manera retroactiva, impidiendo a las potencias europeas reflexionar sobre los saqueos del pasado colonial. Por lo tanto, las devoluciones han sido pocas y esporádicas: Nigeria empezó a reclamar los bronces de Benín en los años 70, sin éxito.
Hoy en día, el debate está más vivo que nunca. Países como Francia, Holanda, Alemania y Bélgica han comenzado a enfrentarse más seriamente a su herencia. En ausencia de un marco legislativo internacional, cada uno propone un sistema diferente, centralizado o con un papel más o menos neurálgico de los museos. Estos son algunos de los planteamientos.
El caso por caso francés
Durante un viaje a Burkina Faso en 2017, el presidente francés Emmanuel Macron anunció el fin de la Françafrique, la estrategia de influencia política, comercial y militar en África, a partir de la restitución de los objetos artísticos. “Será una de las prioridades,”, dijo en Uagadugú, la capital. Como primer paso, encargó un estudio al académico senegalés Felwine Sarr y a la historiadora de arte Bénédicte Savoy para elaborar una estrategia de devolución de las obras. El resultado fue criticado por algunos museos y revistas conservadoras, que alimentaron el miedo a que los institutos artísticos sean vaciados.
Savoy y Sarr abogan por una “restitución perenne” y sin condiciones como solución principal. El informe desarrolla un calendario que incluye, en primer lugar, 24 obras que deberían devolver a Mali, Benín, Nigeria, Senegal, Etiopía y Camerún; Francia tendría que ocuparse de crear un inventario de objetos para cada nación africana. Las comisiones bilaterales discutirían con los países qué artefactos del listado quieren recuperar.
Desde la publicación del estudio han pasado años y las iniciativas del Gobierno galo han sido escasas. En julio de 2020, Argelia recibió los restos de 24 resistentes a la colonización. Un año antes, el exprimer ministro Édouard Philippe entregó —en préstamo— la espada del héroe El Hadj Omar Saidou Tall a Senegal. Estas acciones dejan entrever que Francia prefiere una restitución caso por caso y no un análisis completo del patrimonio artístico.
Resulta complicado, sin embargo, orientar la ley francesa hacia una restitución total de las obras, porque están protegidas por el principio de inalienabilidad. Esto obliga al Gobierno a aprobar leyes específicas para cada objeto, como ocurrió con la reciente devolución de 27 artefactos a Benín y Senegal.
El 4 de noviembre de 2020, los senadores aprobaron un proyecto de ley limitado exclusivamente a este caso. La ministra de Cultura, Roselyne Bachelot, aclaró que se trataba de una iniciativa de “carácter estrictamente excepcional y limitado”. Algunos senadores han pedido la creación de una comisión nacional que incluiría potenciales solicitudes de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, pero el Gobierno se opone. “Cada país ha dado una respuesta diferente, Francia tiene una idea de restitución a muchos países de África occidental con los que no quiere perder relaciones que seguramente no están basadas en objetos de arte sino en algo más”, explica Nicolini.
Entre un 85% y 90% del patrimonio del África subsahariana se encuentra fuera del continente. Francia posee cerca de 88.000 obras, la mayor parte custodiadas en el Musée du Quai Branly. Allí, en junio de 2020, un grupo de activistas de la organización Unité Dignité Courage transmitió en sus redes —en directo— un acto de reapropiación de una estela funeraria de madera del siglo XIX procedente de Chad. El líder de este movimiento es Mwazulu Diyabanza, que quedó muy impresionado cuando su madre le contó de pequeño el robo de algunos objetos que sufrió su bisabuelo por parte de colonizadores europeos. “Elegí las obras cuando ya estaba en los museos. Escogí la que me hablaba más y la que estaba disponible en ese momento, sin ninguna premeditación”, afirma por correo.
“Escogí la obra que me hablaba más y la que estaba disponible en ese momento, sin ninguna premeditación”
Mwazulu Diyabanza
En los siguientes meses, ha repetido la misma protesta con otros artefactos en el Musée des Arts Africains, Océaniens et Amérindiens de Marsella, el Museo África de Berg en Dal, en Holanda, y el Louvre de París. También exigió la restitución de algunas obras a otros institutos, como el Mas de Amberes. “Los europeos y los occidentales han hecho daño a los pueblos desheredados. He ido a recuperar lo que es nuestro”, dice Diyabanza. Hoy está bajo proceso en París, pero confía en que los cargos caerán. Para él no se trata de robo, sino de protesta política, que define como “diplomacia activa”. “El presidente [Macron] subrayó la dificultad de juzgar estos actos, porque requeriría un proceso contra la colonización”, añade.
Como ha evidenciado el profesor de arqueología contemporánea en la Universidad de Oxford y curador del Pitt Rivers Museum Dan Hicks, la protesta visual de Diyabanza pretende revertir los papeles: por primera vez un bien cultural es secuestrado en Europa por parte de las poblaciones africanas. Y las cuatro acciones no serán las únicas, porque el activista planea visitar pronto otros museos. Hace poco fundó también el Frente Multicultural contra el Saqueo, que tiene como objetivo no solo reunir a los africanos, sino también a las poblaciones indígenas de América y a las víctimas indias del Imperio Británico.
Los avances en Alemania
Alemania avanza lentamente hacia las devoluciones, hasta ahora caso por caso. Namibia ha acogido la vuelta de la cruz de piedra de la reserva natural de Cape Cross y la Biblia y el látigo del héroe nacional Hendrik Witbooi, mientras que los restos humanos de 53 aborígenes han regresado a Australia. Sobre otros ejemplares de más alto valor, como el busto de Nefertiti, que Egipto sostiene que fue trasladado ilegalmente por el arqueólogo Ludwig Borchardt en 1912, no existe diálogo. En 2019, el Gobierno aprobó con las regiones algunos puntos fundamentales para el retorno de las obras según su procedencia: “Queremos la restitución de objetos de origen colonial cuya apropiación hoy no es legalmente o éticamente justificable”, declaró la entonces subsecretaria de Cultura Monika Grütters.
Un historiador de Hamburgo, Jürgen Zimmerer, criticó la medida y propuso que sean las potencias excoloniales quienes tengan que demostrar la legítima adquisición de los bienes, que de otra manera tienen que ser considerados como saqueados. La iniciativa más relevante desde la aprobación de las directrices se refiere otra vez a los bronces de Benín, para los que se prevén las primeras restituciones en 2022.
En la reflexión de Alemania sobre su propio pasado colonial, que incluye las disculpas por el genocidio en Namibia, ha irrumpido el Humboldt Forum, el nuevo museo inaugurado en diciembre de 2020. Situado en el restaurado castillo de Berlín, su colección se basa en objetos procedentes de cualquier parte del mundo, muchos saqueados o robados. Su primer director, Neil MacGregor, gestionó el British Museum desde 2002 hasta 2015 y es partidario de la visión del museo universal y enciclopédico. Hace pocos meses estalló el último caso con el Luf-Boot, un barco de 16 metros trasladado hacia el país desde las antiguas colonias de Papúa-Nueva Guinea. El historiador Götz Aly demostró en un libro que los soldados se apropriaron del barco tras dos días de bombardeos y la Fundación detrás del recinto ha tenido que admitir que no hay rastro de adquisición alguna. En 2017, la autora del informe francés Bénédicte Savoy dimitió del comité consultivo del museo para protestar contra la falta de transparencia sobre el origen de los artefactos.
Las comisiones de expertos
Las salas del Museo Real de África Central en Tervuren, una ciudad flamenca a 18 kilómetros de Bruselas, representaban la máxima exaltación de la colonización del Congo bajo el reinado de Leopoldo II. Su monograma aparece 45 veces a lo largo de todo el edificio histórico, con el objetivo de glorificar las gestas sangrientas de los soldados incluso después de la independencia del Estado africano en la década de los sesenta. En 2001, Guido Gryseels se instaló como nuevo director: “En vez de ser un museo sobre el África colonial, queríamos convertirlo en un museo sobre el África contemporánea, con una visión crítica sobre el pasado y, al mismo tiempo, un espacio donde la voz africana fuera central”, cuenta.
Siendo un monumento histórico, el museo no podía someterse a intervenciones radicales como eliminar los símbolos del rey. Gryseels se dedicó a un trabajo de reinterpretación del patrimonio artístico con algunas exposiciones temporales. Empezó desde un análisis sobre el origen de la colección para entender si las obras habían llegado a Bélgica porque fueron compradas o depredadas con brutalidad. Se detuvo posteriormente en la diáspora africana y la independencia del Congo, esta vez desde la perspectiva de los africanos, poniendo en segundo plano a los invasores. En 2013, el recinto cerró sus puertas para realizar algunas modificaciones y añadidos que cambiarían su concepción originaria.
Cinco años después, el museo abrió al público con una ampliación del espacio y novedades en la colección. “La única forma de medirse con el legado colonial era a través del arte contemporáneo. Pedimos a 15 artistas africanos que realizaran una obra que entrara directamente en contraste con el mensaje colonial de varios espacios del museo”, cuenta Gryseels. Cuando brilla el sol, los visitantes pueden ver los nombres de 1.500 soldados colonizadores que adornaban una de las galerías ensombrecidos por los de las víctimas en Congo.
El Museo África desempeñará probablemente un papel muy importante en la estrategia del Gobierno sobre la restitución del patrimonio artístico a la excolonia, como anunció el secretario de Estado para la política científica de Bélgica, Thomas Dermine: “Todo lo que ha sido adquirido con la fuerza y la violencia en condiciones ilegítimas debe ser devuelto. No pertenece a nosotros, sino al pueblo congolés”, declaró en una nota de prensa.
Bélgica está enfrentándose seriamente a su pasado, como demuestra la carta del rey Felipe al presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, donde sostiene estar “profundamente arrepentido por las heridas” infligidas por su pueblo. Ahora, el Gobierno se prepara para iniciar un proceso que a largo plazo llevará las obras a casa, aunque Tshisekedi no las haya solicitado formalmente todavía. En Kinshasa, la capital congolesa, hay un recinto que puede acoger hasta 12 mil piezas, muchas menos de las que alberga ahora. El museo de Gryseels ayudará en los próximos cinco años a formar al nuevo personal, crear otros sitios de almacenamiento y renovar los institutos artísticos locales.
Una comisión mixta belgo-congolesa decidirá, a partir de 2022, los bienes involucrados y los tiempos de la restitución. Lo que hace que esta estrategia sea más avanzada que otras es la separación entre los conceptos de propiedad legal y retorno material. Congo se convertirá en propietario legal de las obras adquiridas ilegalmente y podrá decidir si traerlas o no a su país, si no tuviese un espacio adecuado. En el segundo caso, Bélgica pagaría una cuota para mantener el objeto en su territorio. “En el Congo no hablan de restitución, sino de reconstrucción. Tienen mucho de su patrimonio cultural, pero no todo”, agrega Gryseels.
Dos meses después del acto de protesta de Mwazulu Diyabanda, en el Museo África de Berg en Dal el Consejo de Cultura neerlandés entregó un informe que invitaba al ministerio a restituir las obras sustraídas a las excolonias. En el texto se lee que se debería evitar “una repetición neocolonial del pasado en la que las propias opiniones, sentimientos, normas y valores son los principios rectores de la acción” y se recomienda formar una comisión independiente para estudiar el origen de cada objeto y crear una base de datos. La respuesta de los recintos ha sido positiva: el Museo Nacional de las Culturas del Mundo, que incluye también el Rijksmuseum, fue uno de los primeros en publicar las directrices para el retorno en el texto Return of Cultural Objects: Principles and Process (El retorno de objetos culturales: principios y proceso).
Estos mismos entes forman parte de Pressing Matter, un proyecto gestionado por la Vrije Universiteit que incluye a estudiantes de doctorado e investigadores externos procedentes de África, Asia y América. La profesora Susan Legêne es una de las coordinadoras: “Ha habido muchas restituciones desde la independencia de Indonesia en 1945, pero caso por caso. Entonces hemos empezado a estudiarlo de manera más general”, explica. A lo largo de cuatro años, los objetos serán catalogados en diversas secciones, como saqueos ocurridos durante campañas militares, restos humanos o visitas de misioneros.
Pero sobre todo, Pressing Matter ponderará la importancia de la obra para las partes involucradas. “Puede tener un significado para Holanda, puede tener [otro] para el país de origen, puede tenerlo de varios modos y en varios contextos. No existe solo el valor económico, porque hay también un valor ritual. Por lo tanto, la restitución no es la única solución”, afirma Legêne. La profesora subraya que el resultado de los estudios será principalmente académico, pero podrá ayudar al Gobierno a entender qué medidas habría que adoptar.
En los próximos años se entenderá qué sistema es más eficaz, si el caso por caso de Francia o Alemania, o el de las comisiones de expertos de Bélgica y Holanda. Y, sobre todo, cuál será el papel de las excolonias en este proceso. “El debate como está ahora parece sin duda una táctica dilatoria por parte de los occidentales, que quieren convencerse de la validez de las restituciones”, considera el activista Diyabanza, que añade: “El discurso no es negativo, pero primero los países europeos y occidentales deberían aceptar la idea de la restitución del patrimonio artístico sin condiciones e inmediata. Solo entonces el debate será interesante para encontrar soluciones prácticas y materiales para la repatriación”.