El Marco Polo de Roma ha llenado el vacío de turistas durante la pandemia ofreciendo sus habitaciones a gente sin vivienda
Roma | 3 de mayo de 2021
La ubicación del Hotel Marco Polo es estratégica. A pocos pasos de sus puertas se encuentra la estación central de Termini, en Roma, donde llegan los turistas desde los aeropuertos, se cruzan las dos líneas de metro más importantes de la capital italiana y arriban los trenes que conectan el norte con el sur del país. Un continuo flujo de gente que suele alquilar habitaciones en los alrededores para moverse con tranquilidad en el centro de la ciudad eterna. Desde febrero del año pasado, la covid-19 ha dejado a los alojamientos casi sin clientes. En muchos casos, tuvieron que cerrar indefinidamente o esperar la vuelta a la normalidad por los estragos de la pandemia. Pero el Marco Polo ha implementado una alternativa: pasar de hotel a hogar para las personas sin casa.
Diego D’Amario, dueño del hotel, acababa de tener su primer hijo, Teodoro, cuando se le ocurrió la idea. Era mayo de 2020 y el país llevaba ya dos meses en total confinamiento con la mayoría de las actividades turísticas suspendidas. El negocio del Marco Polo, que dirige junto a su hermano menor Lorenzo, iba bastante bien hasta antes de la crisis sanitaria: se preparaban para ampliarlo al primer piso del edificio, ubicado en Via Magenta, donde actualmente tienen 28 habitaciones en el tercer y sexto nivel. El coronavirus, sin embargo, acabó con los planes y las obras están todavía suspendidas.
“Si uno puede ayudar a una persona en sus momentos libres, ¿por qué no hacerlo?”, piensa el dueño. Como voluntario de la Comunidad de Sant’Egidio, una asociación religiosa de laicos nacida en Italia y presente en 70 países, entrega comida y otros bienes a los necesitados. En su intento de ayudar a los que viven en la calle, decidió ofrecer su alojamiento. Después de un año, por sus habitaciones han pasado unos 80 huéspedes, algunos durante pocos días; otros por varios meses. “Saben que esto no puede ser definitivo y es justo que lo sepan. Pero, mientras tanto, somos compañeros de viaje y, aunque el futuro es incierto, el presente vuelve a sonreírles un poco”, detalla.
Basta dar un paseo por la zona de Termini para darse cuenta de la cantidad de personas sin hogar en el barrio, conocidos como sintechos. La pandemia ha empeorado la situación en uno de los países que registra más muertes por coronavirus en el mundo. El número de ciudadanos en pobreza absoluta ha aumentado desde los 4,6 millones, en 2019, hasta los 5,6, en 2020, según los datos preliminares del Instituto Italiano de Estadística (Istat).
Desde febrero de 2020 hasta febrero de 2021, 945 mil personas han perdido su empleo. La Unión Nacional de Empresas de Italia, por su parte, advierte de que 6,3 millones de trabajadores se encuentran en situación inestable y que podría aumentar el número de pobres. Para Cáritas ya representan el 48% de quienes recurren a sus servicios.
Algunos de ellos han encontrado una nueva casa en el Hotel Marco Polo. “Aquí estoy bien. Solo quería sentirme tranquilo y en paz”, admite Francesco, de 58 años, uno de los huéspedes. Es hincha de la Roma y no puede soportar que Lorenzo, el hermano de Diego, sea fanático de la Lazio, el equipo de fútbol rival. “No ha querido que colgara el poster de Francesco Totti [excapitán de la Roma], lo odio”, explica riéndose. Al contar su historia, se toca debajo de la axila izquierda, donde fue alcanzado por una bala en un atraco que perpetró cuando tenía 23 años.
“He cometido mis errores y he pasado mis años en la cárcel”, añade. Cuando salió de prisión, pasó de un trabajo a otro y consiguió criar a sus cuatro hijos, que tuvo con tres mujeres diferentes. Relata que durante un tiempo estuvo relacionado con la Banda della Magliana, una mafia romana famosa en los 70 y 80, pero que ha dejado ese pasado a sus espaldas. Pidió a la asociación de Sant’Egidio un nuevo alojamiento tras cederle su casa a una hija. Ahora, se encuentra hospedado en el hotel desde hace dos meses.
Él, como la mayoría, paga la estancia con lo que puede, una contribución esencial para que los dueños cubran los gastos de los servicios y ayuden a sus familias. Sant’Egidio, por su parte, se ocupa de quienes no tienen recursos. Con los trabajadores en ERTE (medida para suspender o reducir temporalmente el sueldo de los empleados), la fuerza laboral del hotel ha quedado reducida a Diego y Lorenzo, que descansan solo un día a la semana y alternan la mañana con la tarde. A su lado, cuentan con el valioso apoyo de sus padres Mario y Maria Laura, que adquirieron el Marco Polo en 2001.
La fuerza laboral del hotel ha quedado reducida a Diego y Lorenzo, que descansan solo un día a la semana
El nombre fue decidido por los anteriores dueños, unos chinos que se acordaron del primer explorador italiano que visitó su patria hace siglos. El padre de Mario, Emilio, emigró desde Schiavi d’Abruzzo, en la región limítrofe de los Abruzos, hasta la capital cuando tenía solo 14 años, a inicios de los años cuarenta. Durante el verano, dormía en el interior del Coliseo de Roma, en el invierno dentro de los establos del barrio de Trastevere. Con el pasar del tiempo, trabajó como acomodador de automóviles en un estacionamiento: “Dormía en los coches. Tenía que levantarse temprano porque no sabía cuándo iba a llegar el cliente ”, señala. En 1964, Emilio finalmente compró un taxi que cedió más tarde a su hijo. Mario fue taxista por 31 años —un trabajo muy común entre los emigrantes de Schiavi—, hasta que decidió invertir en el hotel, una actividad familiar.
Ni él ni sus hijos han olvidado la historia de Emilio, que construyó su vida lentamente desde la calle, el lugar de donde vienen muchos de los huéspedes del Marco Polo en los tiempos de pandemia. En principio, dedicaron hasta el 70% de las habitaciones a esta iniciativa. Ese porcentaje ha comenzado a disminuir no solo por las nuevas reservas de trabajadores y estudiantes, sino también por el crecimiento de alojamientos que han decidido repetir su modelo. Hace un par de meses surgió el Comité Espontáneo de Hoteleros Romanos; cerca de 20 inmuebles han establecido con la Comunidad de Sant’Egidio un pacto denominado “buen samaritano”. Los que forman parte del acuerdo, una suerte de formalización de la idea de Diego, ponen a disposición cuartos a precios moderados para hospedar a personas con dificultades económicas o sin hogar.
Sant’Egidio, que actúa de filtro y decide adónde mandarlos, hizo un nuevo llamamiento a los hoteles durante el invierno. En Roma y otras ciudades el frío representa cada año una seria amenaza para la vida de los sintechos. Solo en la capital, en 2021 han muerto 12 personas, una de ellas en frente de un alojamiento cerrado. “Si cada hotel de Roma ofreciera una cama a cada uno de ellos, habríamos resuelto el problema”, zanja Diego.
No todos los huéspedes del Marco Polo quieren contar su historia. Volver a hablar de sus experiencias significa abrir antiguas heridas o pasajes de su vida, como en el caso de Luciano, un hombre de 70 años que terminó en la calle tras perder su bar debido a su dependencia a los juegos de azar: “Hoy no estoy en condiciones de hablar. Mañana tengo que vacunarme”, le confiesa a Diego en el umbral de su habitación, sin mostrarse.
El lugar asegura la típica privacidad de un hotel, pero también hay espacios comunes que permiten relacionarse con los demás. Kamal, un exchef egipcio de 68 años, ha trabajado en alojamientos prestigiosos como el Excelsior de Roma o el Grand Hotel de Venecia. Cada domingo propone un plato de su repertorio a unas seis personas, desde la fritura de pescado hasta los espaguetis cacio e pepe, un típico plato de la tradición romana.
Kamal habla lentamente, con los ojos mirando hacia abajo, y responde a las preguntas con pocas palabras. Se separó de su mujer en 2004 y dice que no tiene relación con sus hijos desde hace cinco años. Sostiene haberles dejado tres casas: “Prefiero que el que esté en la calle sea yo. No sé por qué tengo esta relación con ellos. Les llamo pero no contestan”. Su estancia, dice, es temporal: “Estoy bien, pero si encuentro un hogar es mejor”.
“Estoy bien, pero si encuentro un hogar es mejor”
Kamal
Algunos de los que han pasado por aquí han conseguido marcharse gracias a que consiguieron un empleo o a que se mudaron a alojamientos más estables. Diego habla con satisfacción de una persona que gestionaba un hostal. A causa de la crisis tuvo que abandonar su actividad, luego se separó de su mujer y acabó durmiendo en un coche. Tras un tiempo en el Marco Polo, ahora trabaja como jardinero. También hay familias, como la de Laki: un niño que corre por los pasillos mientras su papá cocina una pasta. Es nigeriano y ha sido deportado a Italia desde Alemania junto a sus padres. Cuando regresaron, su casa había sido ocupada ilegalmente. El hotel los acogió.
La crisis del sector turístico
El paisaje del edificio que acoge el Marco Polo es desolador. Por encima del tercer piso, donde está la recepción, hay otros dos hoteles: uno cerró con la llegada de la emergencia sanitaria, el otro acababa de terminar sus labores de remodelación y estaba a punto de abrir, pero tuvieron que dejar de lado sus planes. En un país como Italia, donde el turismo representa el 13% del PIB, la ausencia de viajes ha puesto de rodillas a un sector entero.
Los hoteles han perdido más de 14 mil millones de euros de facturación en 2020, según la entidad Federalberghi. En Roma, se calcula que uno de cada cuatro no volverá a abrir. Hasta septiembre pasado el Istat ha estimado una disminución de los turistas del 63,9%. Los alojamientos han denunciado que, pese a algunas subvenciones ofrecidas por el Gobierno, han tenido que seguir pagando impuestos por servicios que no utilizan, como el que se destina para la RAI, la televisión pública italiana. El primer ministro del país, Mario Draghi, ha anunciado que abordará este problema con un fondo de 22 mil millones para indemnizaciones.
“El 70% de los hoteles paga una renta, solo el 30% posee la infraestructura [es dueño del inmueble]. Sin ayudas, la mayoría cerrará”, informó en un comunicado Barbara Nardelli, presidenta del Comité Espontáneo de Hoteleros Romanos. La esperanza de Mario, el padre de Diego, es que vuelvan los turistas cuanto antes: “Seguimos abiertos para mantenernos a flote, pero sin ellos no podremos trabajar. Si alguien debe pagar el alquiler es imposible”.