Las muertes se duplican desde 1980 entre el tabú religioso, la autocensura de los medios y la inacción de las autoridades
Madrid / Santiago de Compostela (España) | 26 de abril de 2021
A bordo de un coche camino a la comisaría, Silvia Hernández tuvo que tomar una difícil decisión. En el asiento de al lado, sus padres, septuagenarios, le pedían que contase una mentira piadosa: que su hermano había muerto de un infarto. Pero ella sentía que necesitaba decir la verdad.
—Si tenemos que decir una mentira, esto se me hace cuesta arriba.
La misma pendiente que Hernández pudo superar supone un muro para otros supervivientes, como se conoce a los familiares de las víctimas del suicidio. Solo en 2018, 3.539 personas se quitaron la vida en España, el doble de las que fallecieron en accidentes de tráfico. Es la primera causa de mortalidad por motivos no naturales, según el Instituto Nacional de Estadística. Pero en televisión no se ven campañas para prevenirlo. Los periódicos no suelen informar del tema. La sanidad pública no asiste, denuncian los allegados. El Gobierno no legisla. Después del duelo, llega el silencio.
El tabú que pesa sobre las muertes autoinfligidas se disuelve lentamente como un terrón de azúcar en un vaso de leche tibia. El pedazo ya no es compacto, como el de la moral católica que las proscribió durante siglos. Pero las vías de agua que han abierto algunas asociaciones apenas ayudan a deshacer los prejuicios de una sociedad que prefiere seguir viviendo en una realidad edulcorada.
El suicidio incomoda a muchos, relata Hernández. Lo saben bien sus padres, que llevan la procesión por dentro, y ella, que ha decidido exteriorizarla. “Cuando conoce la verdad, la gente se queda cohibida, bloqueada; no estamos acostumbrados”, se lamenta. Nadie sabía qué decirle, e incluso algunos de sus amigos dejaron de llamarla. Las pastillas que le recetaba el médico y esa cita con el psicólogo del sistema público de salud para dentro de dos meses parecían insuficientes.
Unas semanas después de la muerte de su hermano, en enero de 2020, esta madrileña de 44 años, inquieta, buscó ayuda en internet. Y la encontró en el correo electrónico (info@redaipis.org) de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicido (RedAIPIS), una de las iniciativas que han surgido en los últimos años para suplir el déficit de las administraciones públicas.
En España, cada día se quitan la vida 10 personas
Hernández recibió la atención de varias psicólogas y, desde noviembre, participa una vez al mes en reuniones telemáticas con otros supervivientes. “Son charlas liberadoras, compartimos el mismo sufrimiento”, valora. También el mismo estigma, que asocia el final de sus seres queridos a la enajenación mental o la desestructuración familiar.
Solo el año pasado, RedAIPIS ayudó a más de 200 individuos de España, Guatemala, Chile, Nicaragua, Argentina o Venezuela. La mayoría busca conversar con gente que ha pasado por una situación similar y muchos deciden dar el paso tras varias décadas de desconcierto. Javier Jiménez, presidente de honor de la asociación, se expresa sin tapujos: “La sociedad no está concienciada”. Los políticos tampoco, asegura. En España cada día se quitan la vida diez personas, según las cifras del Ministerio de Sanidad.
Pese a algunos avances en los últimos años, los tres teléfonos de prevención del suicidio (911385385 / 900925555 / 914590055) siguen operados por voluntarios, no existe una asignatura específica en la carrera de Psicología ni una partida presupuestaria para abordar el problema. El Parlamento ha aprobado por unanimidad varias propuestas para crear una estrategia nacional, pero las competencias están transferidas a las regiones. Y cada una aprueba sus propios planes, sin destinar recursos. Jiménez reparte culpas: “Nunca ningún partido ha hecho nada práctico, como por ejemplo un programa de prevención dotado de medios económicos y humanos”.
En Madrid, la experiencia piloto implementada en los hospitales 12 de Octubre y Fundación Jiménez Díaz sigue en pruebas varios años después, mientras que la estrategia regional prometida en el plan de salud mental 2018-2020 nunca se ha elaborado. España no llega a 10 psiquiatras por cada 100 mil habitantes, frente a los 21 de Francia o los 13 de Alemania, según Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea. Además, el 80% de los pacientes madrileños no acude a su primera cita de atención de salud mental, y después ya no se le hace ningún seguimiento. La pandemia solo ha empeorado esta situación.
Andoni Anseán, presidente de la Sociedad Española de Suicidología, lleva toda una vida tratando a personas en hospitales psiquiátricos, pero le bastan tres palabras para resumir la coyuntura.
—¿Cuál es el mayor desconocimiento que existe en España en torno al suicidio?
—Su mera existencia.
El tabú religioso
El sobrino de Carles Alastuey se quitó la vida con 19 años. Fue entonces cuando este trabajador municipal de Rubí (Barcelona) se dio cuenta de que la sociedad tenía un problema, pero no destinaba recursos para solucionarlo. Junto a los padres del joven, decidió crear la asociación Després del Suïcidi (Después del Suicidio, en catalán), que atiende a familiares que lidian con esta situación. Una década más tarde, el dinero sigue sin llegar. “La partida [para supervivientes] simplemente no existe”, denuncia en su condición de vicepresidente. Sin embargo, el desamparo ya no es el que era.
La movilización de los allegados, a través de proyectos como el de Alastuey, y la labor de algunos periodistas están sembrando una tímida conciencia colectiva. El Ayuntamiento de Barcelona, donde el suicidio ya supone la primera causa de mortalidad entre los hombres de 15 a 44 años —pese a contar con su propia estrategia de prevención—, representa una de las pocas excepciones. “La sociedad civil va mucho más rápido que la Administración”, concluye el vicepresidente de la entidad.
La España moderna y aconfesional ha encontrado un nuevo motivo para orillar una realidad que le incomoda
Los hechos corroboran su afirmación: mientras las campañas públicas para prevenir la violencia de género o los accidentes de tráfico están por todas partes, del suicidio apenas se habla en guías como las elaboradas por RedAIPIS para la Comunidad de Madrid. El silencio no ha evitado que los fallecimientos autoinfligidos se duplicasen desde 1980, mientras al volante descendían un 70%.
Para entender el origen del tabú, basta ver cómo el célebre actor Juan Echanove se dirige a un hombre despechado en el largometraje Suspiros de España (y Portugal), una comedia costumbrista de 1994: “Si lo que quiere es matarlos a ellos [su exmujer y el novio de esta] no importa, porque luego se confiesa, le pide perdón a Dios y ya está. Pero si se suicida usted, eso es pecado mortal y va derecho al infierno”.
El papel de los medios
En un país fuertemente secularizado, la influencia de la Iglesia ya no es la misma que cuando el exmagistrado Rafael de Mendizábal iba por los pueblos levantando cadáveres en la Castilla de los años sesenta. Las madres de quienes se quitaban la vida lo intentaban engañar para que, como juez, registrase una causa de muerte que les permitiese enterrar a sus hijos en el cementerio. Sin embargo, la España moderna y aconfesional ha encontrado un nuevo motivo para orillar una realidad que le incomoda. Se trata del ‘efecto Werther’, también conocido como suicidio imitativo.
A sus 93 años, Mendizábal preside la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), pero no recuerda haber recibido ni una sola reclamación sobre textos acerca de suicidios desde que asumió el cargo, en 2006. En contraste con el amarillismo que empleó la prensa decimonónica para narrar el final de su bisabuelo —quien falleció por una muerte autoinfligida —, los medios actuales apenas publican noticias acerca del tema. La razón: una suerte de pacto de silencio basado en la creencia de que, como sucedió en el siglo XVIII con la novela de Goethe, la lectura de una historia sobre alguien que se haya quitado la vida genera un efecto de imitación.
Mendizábal habla con voz entrecortada, pero sus palabras resuenan como cuchillos afilados en la conciencia del oficio: “El suicido de los Goebbels bien contado te espanta, no te hace partidario de suicidarte”. Como él, todas las fuentes consultadas para este reportaje coinciden en que el ‘efecto Werther’ no puede servir de excusa para perpetuar el tabú, y muchas incluso creen que publicar noticias resulta beneficioso, lo que se denomina ‘efecto Papageno’. Entre ellas están los propios supervivientes, como Hernández: “Si se trata con comprensión, empatía y respeto es una forma de prevenir. De lo que no se habla no se puede ayudar”, considera.
El psiquiatra Sergio Oliveros estima que entre el 10 y el 15 por ciento de los fallecimientos podría llegar a evitarse si el tabú desapareciese y las campañas de prevención, la visibilización en los medios y la movilización de recursos públicos ocupasen su lugar. “El suicidio tiene que salir del armario”, proclama. Las demás muertes dependen de factores endémicos, como el clima, que hacen que la tasa en España (7,5 casos por cada 100 mil habitantes) sea la mitad que en la fría Finlandia, según datos de 2017 recogidos por Eurostat.
El diario El País llegó a recoger en su libro de estilo que el periodista “deberá ser especialmente prudente con las informaciones relativas a suicidios porque la psicología ha comprobado que estas noticias incitan a quitarse la vida”, lo que en la práctica supuso que se dejaran de publicar. Sin embargo, el Ministerio de Sanidad reunió en 2020 a un grupo de expertos para elaborar una guía de recomendaciones en la prensa. Por fin se rompía el tabú. El presidente de RedAIPIS era uno de ellos, pero la condescendencia no va con él: “Sanidad solo ha hecho una cosa, el protocolo para los medios de comunicación. Punto y final”, detalla Jiménez.
Este reportaje quiere contribuir a que haya más puntos y seguido. Por eso no menciona cómo se llamaban los fallecidos, por qué se suicidaron y cuáles fueron los métodos que emplearon. El muro lo erigió el silencio, pero el ruido solo sirve para apuntalarlo.
*Este reportaje fue desarrollado con la colaboración de Juan Carlos Espinosa.