El cocinero bosnio Ljubomir Stanisic, presentador de varios programas televisivos de éxito, ha usado su imagen pública para dar un impulso a las reivindicaciones del sector durante la pandemia
Lisboa | 14 de mayo de 2021
Es difícil pensar en un cocinero de éxito en Portugal y que a uno no le venga a la cabeza Ljubomir Stanisic, uno de los personajes más controvertidos, polémicos y queridos —también más odiados— de la nación. Un hombre que ha resurgido varias veces de las cenizas desde que llegó a Oporto de su natal Bosnia, a los 19 años, huyendo de la Guerra de los Balcanes, que había acabado con cualquier esperanza de futuro para él y para otros miles de su generación. Ahora, la situación de Stanisic resulta muy diferente a la de entonces: es el presentador de la versión lusa del programa televisivo de cocina Hell’s Kitchen; ha publicado varios libros de recetas; y su restaurante insignia, el 100 Maneiras de Lisboa, ha sido galardonado recientemente con una estrella Michelin, uno de los mayores reconocimientos en el ámbito de la gastronomía en el mundo. Pero si algo le ha hecho ocupar portadas en los últimos meses ha sido su lucha por tratar de salvar al sector de la hostelería en el país, que ha sufrido como muchos los embates de la pandemia.
Su relación con la cocina comenzó en una panadería de Belgrado, la capital de Serbia, cuando solo tenía 14 años. El chef se instaló allí como refugiado huyendo de la vecina Bosnia, hasta que pocos años después se trasladó a Portugal, un país del que apenas había oído hablar, pero con el que conectó casi al instante. “Poco después de llegar, conocí a una pareja de ancianos que sin conocerme de nada, sin siquiera hablar el mismo idioma, vieron que tenía hambre y me invitaron a comer un plato de sopa en su casa”, recuerda Stanisic en una reciente entrevista al diario luso Correio da Manhã. “Portugal fue un amor a primera vista, aunque en ese momento no pensaba que me fuese a quedar aquí”, describió.
Su lucha por tratar de salvar al sector de la hostelería durante la pandemia le ha hecho ocupar las portadas en los últimos meses
Ese primer contacto con el carácter amable y hospitalario de los lusitanos chocó directamente con la experiencia de un joven que había aprendido a hacerse fuerte y que incluso se vio obligado a robar comida para sobrevivir. Portugal era la medicina que Stanisic necesitaba para hacer las paces con el mundo, y posiblemente Stanisic también ha sido una medicina para Portugal. Que sea un cocinero de origen bosnio quien lidere las protestas de la hostelería dice mucho de un territorio poco dado a las reivindicaciones, y mucho menos a las acaloradas. La nación ha sido reconocida como el tercer país más seguro —y el primero de la Unión Europea— en parte debido a la ausencia de conflictos internos y de grandes manifestaciones violentas, que sí se han producido en otros lugares del continente durante la crisis sanitaria.
Luces… y sombras
Pero como en todas las relaciones de amor, Portugal y Stanisic también han tenido desencuentros. Uno de ellos fue cuando, en una entrevista al semanario Expresso, aseguró que lo primero que le gusta comer durante el día es a su mujer. “Y después un buen trozo de pan con mantequilla”, añadió. Estas palabras habrían pasado desapercibidas en muchos lugares del mundo, pero no en el país, donde la tradición católica y eminentemente conservadora, en términos conyugales, sigue siendo predominante. “Mi lenguaje puede parecer maleducado, no tenemos que olvidar que soy extranjero, pero me da igual lo que piensen de mí. Pasé tanta mierda en la vida, perdí a tantas personas, que no tengo paciencia para eso”, reconoció en la televisión TVI.
Su carácter fuerte e impulsivo también le ha jugado malas pasadas en el ámbito profesional. Abandonó uno de los establecimientos en los que trabajaba en Cascais (cerca de Lisboa) tras tener una fuerte discusión con el jefe de cocina. En esa ciudad, poco después, decidió abrir su primer restaurante, donde vivió otro fracaso. Tuvo que cerrar a los cuatro años de la inauguración con una deuda de 500 mil euros [unos 607 mil dólares], que le obligó a pasar varias semanas durmiendo en la calle. “Perdí el 90% de mis amigos. Cuando estás bien y tienes dinero todo el mundo quiere ser tu amigo, pero cuando estás nadando en un lago de mierda que te cubre hasta la nariz nadie se arrodilla para darte la mano”, afirmó en una entrevista al canal SIC.
Éxito televisivo
Su determinación y su capacidad de lucha, adquiridas durante la guerra, le permitieron levantarse de nuevo. Sus formas rudas y directas en los fogones encajaban a la perfección con el programa Kitchen Nightmares, cuya versión portuguesa presentó, en 2017, con un gran éxito de audiencia. Ya hacía varios años que había reabierto su restaurante, esta vez en Lisboa, y la vida parecía sonreírle de nuevo. Pero el chef siempre priorizó su vertiente de cocinero por encima de la del fenómeno televisivo.
Su carácter fuerte e impulsivo también le ha jugado malas pasadas en el ámbito profesional
Una de las grandes estrellas de la pantalla chica portuguesa, Cristina Ferreira, parecía adivinar cómo sería su futuro en el mundo del entretenimiento. “Va a ser muy difícil para él seguir en televisión porque está loco. No sé si está acostumbrado a salir constantemente en las portadas de las revistas”. Ljubomir Stanisic había mostrado su inconformidad con lo que le pagaban por presentar el programa y, poco antes de empezar la tercera temporada, tuvo un delirio de estrella de Hollywood: si no le daban una casa con piscina, no seguiría al frente del espectáculo. Se la concedieron, aunque poco después acabó fichando por la competencia.
La voz de los hosteleros
La llegada de la pandemia supuso un nuevo golpe para el chef, quien tras los varios meses de cierres obligatorios para la hostelería decidió liderar el movimiento A pão e água (A pan y agua, en portugués) para pedir soluciones al Gobierno. A mediados de noviembre, miles de personas se concentraron en el centro de Lisboa en una manifestación pacífica, que tuvo algunos momentos de tensión entre los participantes y los medios de comunicación.
Tanto Ljubomir Stanisic como el resto de organizadores consiguieron calmar los ánimos de los asistentes, visiblemente tensos por las nuevas medidas anunciadas por el Gobierno, que incluían el cierre de bares y restaurantes los fines de semana a partir de las 13:00 horas. En ese momento, más de la mitad de las empresas registraban pérdidas superiores al 60% y los apoyos de la Administración —como el pago de una parte del salario de los trabajadores o ayudas para costear el alquiler de los locales— eran insuficientes, según la principal patronal del sector. Una reivindicación que se ha mantenido en los últimos meses.
Poco después de esos actos, y ante la ausencia de respuestas, Stanisic inició una huelga de hambre frente al Parlamento. Permaneció siete días junto a otros representantes del sector hasta que finalmente fueron recibidos por el alcalde de Lisboa, Fernando Medina. Las críticas no tardaron en llegar. “Fuimos acusados de todo. Leí cosas increíbles como que la huelga de hambre terminó porque me dieron un programa en la SIC [canal donde ahora trabaja], o que fue una forma de ‘comprar’ la estrella Michelin que ganamos poco después. No tengo el perfil para estos juegos de bastidores ni para esta manipulación de la opinión pública. La política es una puta”, aseveró en el Correio da Manhã.
En noviembre de 2020, más de la mitad de las empresas de la hostelería registraban pérdidas superiores al 60%
La situación epidemiológica está ahora bajo control y el país se acerca al punto de concluir el proceso de desescalada, iniciado el pasado 15 de marzo. Los restaurantes ya pueden atender en el interior y los negocios —como el de Ljubomir Stanisic— vuelven poco a poco a la normalidad. Pero él seguirá siendo el hombre de las dos caras. Una impulsiva, dura y robusta. La de alguien que dice lo que piensa, sin filtros, inflexible ante todo lo que considera injusto, a veces con agresividad. Pero detrás de esos rasgos duros, de los tatuajes y de las palabras toscas, se esconde otra cara, sensible, apasionada y luchadora. La de una persona que se desvive por su familia, fiel a sus amigos y a sus principios, y que a pesar de los años sigue luchando por aquello en lo que cree.