En este medio digital, los extranjeros o nuevos italianos de primera o segunda generación toman la palabra para relatar la cotidianidad desde sus propias perspectivas
Roma | 3 de abril de 2022
Bangaly Fode Kante tenía solo 19 años cuando la muerte de su padre, en 2009, lo convirtió en cabeza de familia. Desde su país de origen, Mali, se mudó a Gambia para gestionar la fábrica que había heredado, pero la crisis económica la llevó al cierre. Unos años después, en 2012, un golpe de estado abrió un período de inestabilidad política en el territorio, vigente hasta la fecha. Fue entonces cuando empezó el viaje de Kante hacia Europa, en busca de nuevas oportunidades. Atravesó el desierto andando, se escondió en un camión que transportaba camellos y llegó a Libia, desde donde zarpó en bote hacia Italia.
Hoy, Kante es mediador lingüístico y cultural en los centros de acogida de Roma, donde ayuda a personas como él. Es un chico tímido, al que le gusta revelar su parte más íntima a través de la poesía. La primera que compuso se llama Yo, huérfano, porque se sentía “abandonado”, dice. “Mi abuela siempre me ha dicho que ser huérfano no quiere decir perder a los padres sino vivir con nuestros dolores”, añade. Muchos de sus poemas se pueden leer en The Black Post, un medio digital conformado en su totalidad por migrantes de primera y segunda generación.
Su lema es “la información negro sobre blanco”, una expresión que normalmente indica nitidez, precisión, pero que en este caso incluye un cambio en el rol de los protagonistas de las noticias. Los inmigrantes ya no son el objeto de la información, sino sujetos activos. Cuentan sus historias, opinan sobre la actualidad, se desahogan y luchan contra la xenofobia y el racismo. “Veo el Black Post como una herramienta simple para relacionar las dos esferas, la italiana y la extranjera. Yo me considero italiana, me siento italiana, pero cuando escribo soy una extranjera que habla a un italiano y le tiende una mano”, afirma Rose Ndoli, una camerunés de 37 años que radica en ese país europeo desde hace dos décadas.
La idea del medio digital surgió cuando la inmigración se había convertido en uno de los temas más debatidos en la política italiana. La historia se remonta a 2018, cuando el ministro de Interior era Matteo Salvini, líder de la ultraderechista Liga, que en ese momento se posicionaba como el partido más popular en los sondeos, rozando el 33% de intención de voto. Gran parte de ese éxito se basaba en el discurso de que la inmigración ilegal, sobre todo proveniente de Africa, era la causa de muchos de los problemas que vivía el país transalpino.
Cuando llegó al Gobierno, Salvini cumplió sus promesas y promulgó los cuestionados decretos de seguridad e inmigración, que endurecieron la acogida y el trato a las personas que habían cruzado el Mediterráneo para buscar nuevos horizontes. “Ese decreto hizo que los solicitantes de asilo no pudieran estudiar, trabajar, pasear. Cada día hablaba con personas que me decían que querían aprender italiano o trabajar. Esto es lo que hace la política, te hace ver a los extranjeros recién llegados con el celular [en mano] sin poder hacer nada. Pero hay que saber lo que hay detrás de eso”, cuenta Bruna Kola Mece, redactora italo-albanesa, de 29 años, que trabaja en la acogida y el apoyo a migrantes.
En ese escenario de crispación en el debate público, Luca De Simoni, un estudiante italiano de 28 años, pidió ayuda a Sandro Medici, exdirector del periódico comunista Il Manifesto e histórico presidente del municipio X de Roma en la primera década de los 2000. Su objetivo era encontrar a los futuros redactores para The Black Post.
Ambos visitaron varias comunidades africanas en Roma durante algunos de sus eventos. “Recuerdo la desconfianza. Íbamos a sitios donde todos eran de color mientras Luca es rubio con ojos azules. Era una de las primeras veces que alguien les invitaba a hacer algo juntos. Había incredulidad, se preguntaban qué queríamos”, relata Medici. Tras el empuje inicial, el experiodista se apartó. “Ahora no tengo ningún papel. Camina de manera autónoma. Es justo que sea así, este proyecto tiene sentido si lo cuidan ellos”, añade.
En The Black Post no existe una línea editorial. Todos escriben sobre lo que quieran con total libertad. No se definen como un “sitio periodístico” ya que, según explican, acogen diferentes formatos de contenidos.
Kola Mece, por ejemplo, comenta la actualidad de Oriente Medio, mientras Ndoli se deja guiar por las reflexiones que surgen de una palabra o de un acontecimiento que ha vivido. En 2019, seis de ellos relataron sus historias en el libro Mig generation, la banda del Black Post si racconta (Generación migrante, la banda del Black Post se presenta), con un prólogo del recién fallecido David Sassoli, expresidente del Parlamento Europeo y periodista respetado en Italia. En la introducción se lee esta frase: “Los miramos pero no los vemos y si los vemos no los miramos. Sin embargo, hay quienes los aceptan y los acogen”.
El racismo en Italia
Amro Mahmud, de 28 años, escribe poemas como Kante. Vive en el barrio Appio-Tuscolano, al sur de Roma, el mismo que acoge al centro social Spartaco, donde la redacción del Black Post se reúne, cuando la pandemia lo permite. Nació en Italia, de padres egipcios, por lo que habla un italiano con acento romano y un dialecto árabe “de los años 80”. “Desde niño en la escuela era Amro ‘El Egipcio’; cuando me iba a Egipto durante el verano era Amro ‘El Italiano’. Al crecer, he entendido que hablar dos idiomas, conocer dos sociedades es una riqueza. Yo no sé en qué lengua pienso o sueño”, dice.
Italia se encuentra en una posición estratégica para las rutas migratorias; pese a esto hay países que acogen a más personas. En 2020, Alemania recibió 100 mil solicitudes de asilo más que los transalpinos, quintos detrás de España, Francia y Grecia, según los datos de las instituciones europeas. Durante el período de Salvini la percepción del fenómeno se hizo más grave: el 70% de los italianos creía que los inmigrantes presentes en el país eran el cuádruple de los que habían llegado en verdad, según un estudio del Istituto Cattaneo.
“Al crecer, he entendido que hablar dos idiomas, conocer dos sociedades, es una riqueza”
Amro Mahmoud
Ndoli trabaja en una guardería, donde los niños aún no son conscientes de qué es el racismo. Un día, cuenta, un alumno pidió a su abuelo que le dejara saludar a un amigo. Y este le preguntó:
–¿Quién es?
–El que tiene la camiseta roja.
–¿El negro?
–Se llama Andrea.
–Ah, sí, ¿por qué es tu amigo? ¡Es negro!
“Es otra generación”, sostiene Ndoli, “ahora estamos nosotros y deberíamos tumbar esa barrera. ¿Por qué un niño pequeño no ve el racismo? ¿De dónde llega? De las personas que tiene a su lado. A los niños solo les interesa el afecto, la caricia, la mirada”.
The Black Post trasciende las fronteras del periodismo y se ha convertido en un espacio de activismo social contra el racismo. Y, sobre todo, para visibilizar a los refugiados por su nombre y apellido para ayudarles a ser reconocidos. Por eso, junto con la marca Lush, lanzó la campaña #Italianiveri (verdaderos italianos) para promover una reforma de la ley de ciudadanía, que acaba de cumplir 30 años.
En Italia, un migrante puede pedir la nacionalidad después de 10 años si tiene ingresos, mientras que a una persona nacida en el país transalpino, de padres extranjeros, le toca esperar hasta los 18. A menudo, el proceso se alarga por problemas burocráticos. En la actualidad, los ciudadanos extranjeros en el territorio ascienden a 5 millones; en 1992 eran 300.000.
Mece nació en Albania ese año, pero vive en Italia desde 1993. Esperó con paciencia hasta los 18 años para pedir la ciudadanía, aunque no la obtuvo hasta los 24. “A veces puedes equivocarte con un documento. No te puedes mover porque hay que tener residencia fija y no puedes hacer muchas cosas. Es una negación”, se queja.
“¿Por qué un niño pequeño no ve el racismo? ¿De dónde llega? De las personas que tiene a su lado”
Rose Ndoli
Cuando finalmente se hizo italiana, se presentó a las elecciones regionales de Lombardía, en 2018. “Poder ejercer el voto hace la diferencia. Para mí ha sido un sufrimiento no poder votar, decidir. Los italianos a veces no se dan cuenta de lo importante que es y me da mucha rabia”, denuncia.
Para Marcelha Magalhães, conseguir la nacionalidad italiana fue una cuestión de necesidad. En un inicio, llegó de Brasil para estudiar, luego se casó con un italiano y ahora trabaja en la embajada de su país de origen. Cuando se divorció, la ciudadanía fue esencial para pedir la custodia de su hija: el abogado le hizo entender que habría sido más fácil con el pasaporte italiano, dejando entrever el prejuicio del sistema judicial hacia los extranjeros. “Mi exmarido pidió que revocaran la ciudadanía brasileña de mi hija por miedo a que me la llevara conmigo al extranjero. El juez le dijo que no”, recuerda.
Migrantes por necesidad
El viaje de Soumaila Diawara hacia Italia fue muy largo. En Mali era militante del partido político de extrema izquierda Sadi y fue acusado injustamente, según relata, del intento de asesinato del presidente interino Diocounda Traoré, en 2012.
Diawara huyó a Argelia, un país amenazado por el virus del ébola, donde logró sumar dinero suficiente para seguir su camino. En Libia, un lugar que define como “un infierno en la tierra”, fue arrestado por la policía y luego encarcelado en Bouslim. Fue testigo de la muerte de dos personas antes de negociar su liberación por 800 euros. Tras un primer naufragio, el día de Navidad de 2014 partió rumbo a Palermo, en Sicilia.
Los obstáculos no desaparecieron con la llegada a Europa. Al inicio, se vestía con lo que encontraba en la basura, luego lo confinaron en un centro de acogida por unos meses hasta rechazar su solicitud de asilo. Tras varios años, logró ser reconocido como refugiado político, después de sobrevivir un tiempo como un inmigrante clandestino. “Cuando las personas piensan que los problemas de Italia se deben a la inmigración y no a la corrupción, al nepotismo, a las mafias, al precario sistema de salud, a la escasa educación, esto quiere decir que hay un gran problema”, opina.
El experiodista Medici considera que Italia es un territorio que sabe anteponerse a situaciones trágicas. “Es caritativo, pero no tiene todavía una cultura de los derechos. Es un país en progresiva decadencia y requiere nueva energía. Y los principales partidarios de esta posición son los mismos patrones, porque sin la nueva mano de obra este país no funcionaría. Es una visión cínica, pero refleja la realidad de esta época”, afirma.
En diciembre pasado, el gobierno de Mario Draghi firmó un decreto para conceder 70 mil permisos laborales a personas procedentes de varios países, pese a que algunos actores económicos, como la empresa constructora WeBuild, sostienen que deberían haber sido al menos 100.000. De acuerdo con un estudio de Openpolis, entre 2018 y 2019 los inmigrantes explotados en la agricultura con salarios y condiciones laborales degradantes ascendieron a 180.000.
Más allá del pragmatismo de las empresas, iniciativas como el Black Post intentan promocionar las razones humanitarias y de enriquecimiento cultural para aceptar a los nuevos ciudadanos. Todos sus miembros coinciden en que el fenómeno migratorio es imparable y miran hacia el futuro con optimismo. “Quieran o no, la situación cambiará. Más adelante serán ellos los nuevos italianos. Son el futuro”, dice Amro. En cambio, Ndoli afirma: “África será el futuro, esto es seguro. En Europa los recursos se están agotando. Para África, Europa ya no será un sueño, el sueño será África”.