El sector de las donaciones de cuerpos a la ciencia en el país exporta cada año miles de partes humanas a todo el mundo
Winstom-Salem (EE UU) / Quito | 9 de febrero de 2022
Harold Cressler llamaba a su cáncer pulmonar Charlie. El veterano de guerra, de 84 años, no había podido sacudirse la costumbre de usar el alfabeto radiofónico —método en el que cada letra corresponde a una palabra— para referirse a sus enemigos. Cuando la enfermedad lo atacó, ya había abandonado las filas del ejército estadounidense por el trabajo en una mina de uranio en Colorado. El médico le explicó que respiraba solo con la tercera parte de uno de sus pulmones, según cuenta su hija Judy. Al entender que su cuerpo perdería la batalla, Harold decidió que contribuiría a ganar la guerra donando su cuerpo a la ciencia. Es así como sus restos acabaron en manos de una industria muy poco regulada en Estados Unidos: la de la venta de tejidos no trasplantables a través de empresas llamadas popularmente body brokers.
La familia Cressler fue víctima de una estafa de la funeraria Sunset Mesa en Montrose (Colorado), en 2016. Sus dueñas, también propietarias de una organización dedicada a la donación de tejidos para la ciencia, vendieron cientos de cuerpos —completos o en partes— sin el consentimiento de los allegados. La trama duró ocho años, entre 2010 y 2018, según las investigaciones del FBI. Megan Hess, en ese entonces de 43 años, y su madre, Shirley Koch, de 66, cobraban alrededor de 1.000 dólares (873 euros) por cremaciones, pero aparentemente entregaban urnas con cenizas de otros cadáveres, de acuerdo con el sumario del caso.
Las empresas cobran por entregar los cadáveres en buenas condiciones y ahorran los costos cremación a sus familiares
Hess y Koch se enfrentan a multas y hasta 25 años de cárcel por fraude y transporte ilegal de materiales peligrosos. En muchas ocasiones no advertían a sus compradores de que los cuerpos que obtenían habían sufrido enfermedades infecciosas. Su juicio está programado para julio de 2022 y, básicamente, solo se tratarán cargos relacionados con errores en los trámites. En la mayoría de estados del territorio norteamericano, la venta de cadáveres o sus partes no es ilegal y casi no tiene regulaciones, dando vía libre a las peores prácticas. Las empresas que se dedican a este negocio suelen obtener autorizaciones muy generales, en las que no se especifica cuál será el destino del fallecido y simplemente promocionan estos intercambios como “donaciones a la ciencia”.
Thomas Perrault, encargado del programa de donación de cuerpos de la Universidad Wake Forest, lo deja claro: “Al morir el Gobierno pasa a considerarte propiedad privada”. Perrault habla de los pormenores de esta industria desde su despacho en una de las 50 escuelas de medicina más aclamadas de Estados Unidos, en el corazón de Winston-Salem, en Carolina del Norte. “No me importa decir que estoy en contra de las organizaciones que se lucran con estas donaciones”, añade, y explica que muchas veces se aprovechan de las familias que no pueden pagar los gastos funerarios, que superan los 1.200 dólares (1048 euros) en algunos estados.
El sistema funciona así: una vez que una persona muere, sus restos pasan a ser la propiedad de su familiar más cercano; con una autorización simple la posesión legal del cuerpo se puede trasladar a cualquier organización que proclame que sus fines son académicos o de investigación. Las empresas cobran a sus clientes por entregar los cadáveres o sus partes en buenas condiciones y les ahorran los costos de transporte y cremación a los allegados.
La materia prima son los donantes. Estas firmas siempre dependen de sus compradores: laboratorios, farmacéuticas e incluso el Departamento de Defensa del Gobierno estadounidense. Estas transacciones son amparadas por la Ley Uniforme de Donaciones Anatómicas, de 1968, y pasan por muy pocos controles. En el documento se imponen muchas restricciones cuando se trata de donaciones para trasplantes, pero casi ninguna para otros supuestos.
Perrault describe las diferencias entre entregar los restos de un familiar a las universidades y a las compañías. “Nosotros pedimos a las familias que paguen el transporte y devolvemos las cenizas uno o dos años después, al finalizar la investigación que se ha hecho sobre el cuerpo”, explica. Un body broker no cobra nada y puede entregarlas inmediatamente. Lo que muchos familiares no saben es que pueden recibir solo los sobrantes que no fueron vendidos. Las partes se distribuyen para propósitos tan variados como demostraciones médicas, prácticas estudiantiles o pruebas de explosivos. Las universidades garantizan que los cadáveres serán usados por sus estudiantes.
Judy Cressler siempre sospechó que algo andaba mal en el proceso de cremación de su padre. Toca constantemente su collar frente a la cámara del ordenador, colocado en el salón de su casa en Grand Junction, Colorado. La mujer de 57 años relata la historia de lo que Sunset Mesa le hizo a su familia con detenimiento, como una historia de terror cuyos detalles se desvelan lentamente para sorprender a la audiencia. “Todo empezó cuando le entregaron a mi madrastra el acta de defunción con errores que se negaron a subsanar sin un pago extra”, explica. En la lucha por obtener el documento, la acusada Hess les exigió un nuevo pago, o de lo contrario no obtendrían las cenizas de Harold. Esta amenaza llevó a la esposa del fallecido a obedecer los deseos de la funeraria.
Cressler resalta un dato: “Habían pasado solo 45 días desde su muerte, un mes y medio”. Esto le sorprendía porque, según su investigación sobre la donación de cuerpos a la ciencia, estos estudios tardaban una media de dos años. “Me di cuenta de esto cuando llamé a mi madrastra para saber en qué organización estaba mi padre”, cuenta con la voz quebrada. “Me respondió: ‘Lo tengo aquí conmigo, me dijeron que ellas condujeron la investigación y que el cadáver nunca salió de la funeraria’, y supe que algo estaba muy mal”. Interpuso un reclamo ante el Departamento de Agencias Reguladoras (DORA) en Colorado cuando se dio cuenta de que muchas personas habían sido estafadas por Hess en el pasado.
“Estaba segura de que habían cortado el cuerpo de mi padre y lo habían vendido en partes, por lo que leí del pasado de Hess”
Judy Cressler
Tras meses de lucha contra la indiferencia del DORA, Cressler buscó ayuda psiquiátrica para controlar el estrés. Muchos médicos pensaron que sufría delirios. “Estaba segura de que habían cortado el cuerpo de mi padre y lo habían vendido en partes, por lo que había leído del pasado de Hess”, sostiene. Dos años más tarde, el FBI allanó Sunset Mesa, tras una investigación conjunta con el departamento al que reclamó, y le dio la razón en todo menos un detalle: el cuerpo de su padre se vendió entero a una empresa de plastinación –una técnica de conservación de cadáveres– en Arabia Saudita.
Al saber que los restos de su progenitor estaban intactos al otro lado del mundo, Cressler inició una lucha de dos años más para recuperarlo. Pero todo cayó en saco roto: hace un año el FBI le aseguró que no haría nada por repatriar a su padre porque la organización que lo compró no está obligada a cooperar. La exportación de cuerpos o sus partes no es rara en estas empresas. Las donaciones estadounidenses han sido expedidas a por los menos 45 países y se cuentan por miles cada año, según una investigación realizada por la agencia Reuters en 2018.
La hija del veterano se vio forzada a conformarse con las cenizas anónimas que su familia recibió en una bolsa de plástico etiquetada “Harold Cressler”. Pero esa no es la única forma en la que la justicia la ha decepcionado. A pesar de haber ganado una demanda colectiva, sus abogados le han explicado que es posible que no reciba una indemnización. Las cuentas de Sunset Mesa son muy opacas y, si acceden a ellas, los primeros beneficiarios serían el FBI y las empresas que compraron los cuerpos, consideradas como las víctimas de la mala praxis de una empresa dentro de una industria totalmente legal. Los familiares afectados por la funeraria son los últimos en la lista.
Cressler todavía habla sobre el caso con ira y frustración, pero ve pequeños halos de luz. Gracias al trabajo del grupo de apoyo que han conformado las víctimas, la ley en Colorado considera ahora un delito penal el mal manejo de partes humanas y prohíbe a los dueños de funerarias tener organizaciones de donación de cuerpos. “Cuando todo esto acabe, nos juntaremos para esparcir las cenizas de personas desconocidas que nos entregaron”, cuenta la hija del veterano. “Sin su apoyo no habría salido adelante”.