Los portugueses gastan de media 160 euros anuales en un popular juego de ‘rasca y gana’ que no cuenta con una regulación específica. Los expertos piden medidas al Gobierno para reducir los casos de adicción
Lisboa | 2 de septiembre de 2021
La pesadilla de Deolinda Santos (nombre ficticio) comenzó en su primer día de trabajo. La habían contratado como dependienta en un quiosco, uno de los muchos negocios en Portugal donde se comercializan las raspadinhas: un popular sorteo de rasca y gana que atrae a miles de ciudadanos a diario. “Nunca fui una persona de juegos, pero cuando vi que mis clientes se llevaban premios elevados empecé a sentir atracción. Un día me tocaron 100 euros y ya no pude parar”, asegura Santos, quien desde hace unos meses asiste periódicamente a las terapias de grupo de jugadores anónimos.
El sistema del juego es simple: cada cartón cuesta entre uno y diez euros y tiene premios escondidos de más de 500.000 (unos 585.000 dólares). Para saber si ha conseguido el dinero, la persona debe rascar una parte del boleto. Santos creyó haber dado con el secreto del éxito: en cada serie de 100 cartones siempre se escondía un premio que permitía recuperar la cantidad invertida. “Hasta hace dos años salían muchas recompensas, pero después empezaron a introducir más raspadinhas en el mercado y las probabilidades de ganar eran mucho más bajas. Entonces, ya fue tarde para parar, ya estaba enganchada; me había vuelto una jugadora compulsiva, totalmente irracional”, reconoce.
Tres de cada diez portugueses juegan a las raspadinhas, según el Servicio de Intervención de Comportamientos Adictivos y Dependencias (SICAD) —que forma parte del Ministerio de Salud—, de los cuales casi un tercio tiene sueldos por debajo de los 500 euros, menos del salario mínimo en Portugal. La entidad asegura que, del total de jugadores, unos 85.000 (un 3,5%) juegan de forma abusiva o patológica. Y perfiles como el de Santos son los más comunes: mujeres de mediana edad con un nivel socioeconómico medio-bajo.
Tres de cada diez portugueses juegan a las ‘raspadinhas’, de los cuales casi un tercio tiene ingresos por debajo de los 500 euros mensuales
“Llegué a gastar una media de entre 150 y 200 euros al día, cuando estaba cobrando el salario mínimo. Gasté todo lo que tenía, vendí todas mis joyas e incluso usé la tarjeta de crédito de un familiar para seguir jugando. No conseguía dormir por las noches, solo pensaba en volver al trabajo y recuperar lo que había perdido”, explica la dependienta. Tras muchos meses de ansiedad, decidió contárselo a sus hijos y dejar el juego, aunque poco tiempo más tarde cayó de nuevo. “Me tocaron 500 euros después de un mes y medio sin jugar. En dos días perdí ese dinero y seguí gastando más”, lamenta.
Escasa regulación
Las raspadinhas se han extendido como la pólvora en los últimos años en Portugal. En 2010, las ventas totales apenas alcanzaban los 200 millones de euros en todo el país, mientras que en 2018 estas ya suponían casi 1.600 millones, según un estudio elaborado por la Universidad del Miño y publicado en la revista The Lancet el año pasado. Estas cifras representan un gasto medio de 160 euros anuales por habitante, un registro muy por encima de otros países europeos, como España, donde es de 14 euros.
El psicólogo Pedro Hubert, director del Instituto de Apoyo al Jugador, asegura que parte del éxito de las raspadinhas es la facilidad con la que se accede a ellas. “Hay muchos puntos de venta, en los quioscos, las tiendas de tabaco e incluso en los bares y cafeterías. Es muy fácil que alguien que se está tomando un café acabe comprando una si la tiene delante”, describe. También hay otros factores como la publicidad, la presión de los comerciales —que cobran comisiones— o la inexistencia de otros juegos de recompensa instantánea que sí tienen un fuerte arraigo en otros países, como las máquinas tragamonedas en España.
Las raspadinhas son, además, de los pocos juegos que no tienen la posibilidad de pedir una exclusión voluntaria —una solicitud para que las casas de apuestas nieguen el acceso a la persona interesada—, algo que también dificulta que la gente que se engancha pueda dejarlo por iniciativa propia. En el caso de Fábio Carvalho (nombre ficticio), este sorteo de rasca y gana fue la única alternativa que le quedaba después de varios años abusando del juego en línea y las apuestas deportivas. “Empecé a gastar lo que podía y lo que no podía, lo que ganaba y lo que no ganaba. Dejé de pagar mi cuentas y de hacer todo lo que era importante para mí”, explica.
Cuando su familia descubrió el problema, pidió la exclusión voluntaria en todos los juegos en línea. “Las raspadinhas fueron una vía de escape porque son de venta directa y se encuentran en cualquier lado. Empecé a gastar 100, 200 y 300 euros al día. Pedí préstamos y cogí dinero del trabajo”, explica Carvalho. Además, lamenta la falta de control que hay sobre este tipo de actividades: “Tenemos que aceptar que se trata de una enfermedad que genera dependencia. Es un problema muy serio”.
‘Raspadinha’ del patrimonio
Pero lejos de restringir los locales de venta, reducir la publicidad o realizar campañas para sensibilizar a la población sobre los riesgos del juego, el Gobierno portugués ha decidido optar por el camino contrario. A principios de este año, el Ejecutivo anunció que lanzaría una raspadinha especial para obtener fondos que contribuyan a preservar el patrimonio cultural del país. A pesar de las críticas de los propios representantes del sector cultural, de los expertos y de algunos partidos políticos, tanto de izquierda como de derecha, la edición salió a la venta a mediados de mayo pasado con el objetivo de recolectar cinco millones de euros anuales.
“Empecé a gastar 100, 200 y 300 euros al día. Pedí préstamos y robé dinero del trabajo”
Fábio Carvalho
La Santa Casa de Misericordia, la entidad social corresponsable del lanzamiento, aseguró que las ventas superaron las expectativas durante los primeros meses. Su presidente, Edmundo Martinho, afirmó poco después, en una entrevista al Jornal de Notícias, que no existe “ningún indicador que demuestre que la raspadinha genera una dependencia patológica”, a pesar de las opiniones contrarias de expertos. “Cuida lo que es de todos”, “Puedes ganar hasta 10.000 euros [unos 11.800 dólares]”, se lee en los boletos.
El investigador y profesor de psiquiatría de la Universidad del Miño Pedro Morgado señala directamente a la administración lusa por promover el consumo de raspadinhas para obtener financiación. “Los gobiernos tienen que regular el juego y, bajo ninguna circunstancia, promover su consumo. Más allá de que sirva para financiar la cultura o cualquier otra causa, se trata de una decisión profundamente errada”, asegura por correo electrónico. Morgado hace un llamamiento a las autoridades para que actúen con determinación. “Es muy importante dar respuestas clínicas más adecuadas y con mayores recursos para combatir los casos de juego patológico”, sentencia.