Sin teléfonos inteligentes y poca recepción de Internet, niños suben a la punta de un cerro para tomar sus lecciones virtuales en Perú
Ttiomayo (Perú) | 5 de abril de 2021
Ismael, un niño quechua hablante, tiene la convicción de graduarse como médico. Pero hoy, antes de cumplir tal aspiración, debe lidiar con una pandemia que ha obstaculizado sus estudios primarios.
Tres veces a la semana, y antes de que oscurezca, el pequeño de siete años sube a cuestas de la espalda de su madre hacia lo alto de una colina para tomar sus clases online. Esto en Ttiomayo, una comunidad en una zona rural del Perú. Lo realizan así desde marzo del año pasado. Ese cerro es el único punto que tiene buena recepción de Internet. La señal la provee una antena instalada por la municipalidad en el marco de la crisis sanitaria que no ha cumplido con su objetivo de mantener al pueblo en conectividad.
En 2020, un día de octubre, Ismael llegó a la punta en lágrimas.
—Lo traje en mi espalda al cerro, sus fichas cayeron en el camino —explica apenada su madre Doña Encarnación al profesor a través de la pantalla. Pasó un rato para que el niño recuperara la compostura y se dedicara a su lección.
La colina se sube en menos de media hora. A veces el camino es tórrido por el sol, cuando está ardiendo, o imposible por la lluvia o por el viento. En este lugar la presión es alta. Ttiomayo está a más de 3 mil 100 metros sobre el nivel del mar.
Este, que es formalmente un centro poblado, está ubicado dentro de Andahuaylillas, provincia de Quispicanchi, en Cusco. Esa región es conocida como insignia para el turismo por sus “maravillas” como Machu Picchu o Vinincunca, la montaña de los siete colores. Pero Ttiomayo, lejos de parecerse a los destinos más famosos del Perú, guarda la calma de una comunidad dedicada a sus parcelas de maíz y papa.
Según los registros de la escuela, 54 estudiantes se matricularon en el ciclo escolar que inició en 2020. Pero con Ismael no ha habido ningún otro alumno en la punta del cerro.
En este poblado no es usual que las personas tengan celulares táctiles, sino más bien análogos, de pantalla bicolor y melodías monofónicas, excepto Ismael. Su hermano, que vive en Lima, le llevó como regalo un teléfono inteligente, el mismo con el que atiende las clases del profesor Roly Gutierrez, mi padre, director de la Institución Educativa N.º 50507.
Se requiere doble transbordo, y mucha paciencia, para sobrellevar el tiempo que hay que esperar para que un taxi colectivo se dirija a Ttiomayo. No es del todo accesible. Los puntos previos del viaje son Cusco y Andahuaylillas, en estos dos se lleva una hora antes de entrar a la carretera del poblado, que más bien es una verdera de tierra sin mantenimiento permanente. Apenas se llega, se distinguen las casas de adobe, los perros guardianes y las parcelas cultivadas. Árboles, campo y un cielo bien tupido de nubes que termina entre las montañas. Todo Ttiomayo está rodeado de cerros.
Mi padre visita la comunidad cada martes, va directo a la escuela para entregar nuevo material didáctico y para convencer a los padres de familia de que sus hijos no deserten. Son muy pocos los que aún acuden a recoger el material.
—Nos gustaría poder ayudarle, a mi niña, pero no podemos dejarle en casa sola todo el día, tenemos que llevarla a la chacra [finca dotada de vivienda y terreno para el cultivo]. Tampoco tenemos celular cómo comunicarnos —describe una madre al docente.
Durante las primeras semanas de medidas de aislamiento social obligatorio, el Gobierno puso en marcha el programa Aprendo en casa. Este, aún vigente, se difunde a través de radio y televisión. Algunos niños ttiomayinos lo siguieron para no dejar de estudiar.
La misma madre le detalla al docente que, al regresar del trabajo, encontraba atenta a su niña tratando de seguir la transmisión.
—Apenas entramos se paró emocionada y nos pidió apoyo: “¿me enseñan hacer la tarea que la señorita de la radio dejó?” No podíamos. No tuvimos oportunidad de aprender a leer y a escribir —añade.
Hasta julio de 2020, el Ministerio de Educación calculó que más de 130 mil estudiantes de primaria no se habían matriculado
Su pequeña tiene 8 años. Ya no escucha el programa gubernamental, tampoco los otros niños. Los padres dicen que “hay más propaganda que información”. Hasta julio de 2020, el Ministerio de Educación calculó que más de 130 mil estudiantes de primaria no se habían matriculado.
La escuela que dirige mi padre, en el pasado presencial, instruía a niños de las comunidades de Yutto y Mancomayo, además de Ttiomayo, por supuesto. Sus ocho ambientes, amplios y limpios, eran usados por tres profesores, incluido mi padre. Cada docente se encargaba de dos grupos en una dinámica multinivel, hoy solo quedan dos maestros obstinados con que los más jóvenes aprendan.
Aunque mi padre solo ha tenido un alumno a distancia, Ismael, no se da por vencido con su vocación. Es constante al llevarle a sus estudiantes material didáctico para registrar sus avances semana con semana.
Una recolecta para una fotocopiadora
Mi padre ha armado unos tapers (tupperware) con juegos de palabras, rompecabezas y barras para evaluar. Hace unos meses, envió una solicitud al alcalde del distrito para adquirir una fotocopiadora. Los trámites están retrasados debido a que el regidor y su personal se contagiaron de coronavirus. El covid-19, otra vez, se opuso a la enseñanza.
Los padres de familia, ante esto, se han propuesto reunir la mitad del costo de la máquina para que la municipalidad solo tenga que poner la otra parte. Esperan conseguirlo a la mayor brevedad posible.
Le pregunto a mi padre qué lo trajo a este lugar. Este año cumple dos décadas como docente en comunidades rurales.
A los cinco años quedó huérfano de madre y su padre fue una figura apenas reconocible para él. Como estudiante, fue talentoso para la matemática y alguna vez desaprobó educación física por falta de zapatos deportivos.
—La educación ayuda a superarse y mejorar la condición de vida —señala convencido.
Me dice que le gustaría poder regresar a las aulas, extraña a sus alumnos y lamenta que por condiciones económicas no todos puedan acceder a una clase virtual. Aunque en la primera lista de comunidades beneficiarias de las tabletas digitales estaba Ttiomayo, en octubre pasado, en el último registro el poblado fue removido, sin explicación.
—El Gobierno no conoce este Perú profundo —sentencia mi padre.
Ismael es el último hijo de doña Encarnación, quien destaca en las reuniones de padres de familia por su firmeza. Su filosofía es que los hijos deben ser mejores que ellos.
—A mí me decían”¿acaso leer te dará dinero? La chacra es lo que da”—comenta.
A la madre le preocupa que el móvil de Ismael se sobrecaliente y le tensione las manos, o se las hinche por tanto sostenerlo. Más le ha conmovido que su hijo mayor, el que le obsequió el teléfono inteligente, le construyera un soporte para que el dispositivo se mantenga vertical.
El último martes de junta, doña Encarnación e Ismael propusieron compartir el teléfono para que más niños suban al cerro con él y no deserten.
Durante el mes de marzo debía concluir el proceso de distribución de las más de un millón de tabletas que compró el Estado, de acuerdo con el Ministerio de Educación. Su objetivo era que ningún niño se quedara sin estudiar. Esta comunidad, vencida por la espera, ha logrado juntar 11 teléfonos inteligentes, entre comprados y prestados.
Por la pandemia “nos tuvimos que apartar de las pizarras de tiza y ahora el reto es llegar a los alumnos, en lugares del mundo donde no existe acceso a la tecnología”, afirma mi padre.
Ismael no volverá a subir solo a la punta del cerro.