El país europeo se enfrenta a los estragos de la pandemia sobre la salud mental de los jóvenes, entre los partidarios de la vuelta a los colegios y quienes los consideran centros de contagio
Roma | 5 de abril de 2021
Cuando la escuela está cerrada, Gaia se despierta 10 minutos antes de que empiecen las clases. El ritual es siempre el mismo: se plancha el pelo, se maquilla y enciende su computadora. La profesora pasa lista, Gaia dice “presente” y apaga la cámara. “No tengo ganas de que me vean, pero por lo menos estoy arreglada”, cuenta. Es una adolescente de 12 años que vive en Roma y está en segundo de secundaria. Ha tenido que tomar algunas asignaturas en internet, aunque ha asistido a las aulas de forma presencial la mayor parte del ciclo escolar, que inició en septiembre pasado. En cambio, su hermana Sofia, de 15 años, se ha acostumbrado a seguir el bachillerato en línea, un sistema que en Italia se conoce como Dad (didáctica a distancia). “La Dad no es educación. En el instituto cada día era diferente, ahora son todos iguales. Extraño el diferente”, admite.
Ha pasado un año desde el inicio de la pandemia en el país europeo, uno de los más golpeados por el coronavirus, donde han fallecido más de 110 mil personas. La educación ha irrumpido fuertemente en el debate de la opinión pública, que suele dividirse entre partidarios de la vuelta a las aulas y quienes consideran a los colegios potenciales centros de contagios. Sin embargo, queda por definir el impacto sobre la salud mental, especialmente en los jóvenes, que no pueden contar con su escuela como antes.
Para algunos hospitales, el tema ya es una emergencia. En el centro pediátrico Bambino Gesù (Roma) Stefano Vicari, responsable de la neuropsiquiatría infantil, ha estimado el aumento de episodios de anorexia en un 28% y de intentos de suicidio en un 25%; y ha alertado de que la edad promedio de los pacientes es cada vez más baja. También, la Fundación Mondino de Pavía y los sistemas de urgencias del sur de Lombardía han registrado una subida de un 50% de las solicitudes de ingresos neuropsiquiátricos.
El cansancio y la preocupación que está provocando la educación a distancia y la gestión escolar es evidente en algunos padres italianos que, a menudo, lidian con el malestar de los hijos sin saber cómo resolverlo. Asimismo, es palpable en los profesores, desde la escuela primaria hasta el bachillerato, sobrecargados de responsabilidades y angustiados por su propia salud y la de sus alumnos. Una situación, derivada de la crisis sanitaria, a la que nadie sabe poner remedio y cuyos efectos apenas están comenzando a manifestarse.
Los colegios durante la pandemia
En la mayoría de las regiones italianas el año escolar comenzó el pasado 14 de septiembre. Desde el 6 de noviembre, el Gobierno introdujo un sistema de tres colores —amarillo, naranja y rojo— para definir la dureza de las restricciones por zonas, dependiendo de algunos factores como la tasa de infección y la ocupación hospitalaria.
En comparación con los otros grandes países de Europa, Italia ha cerrado los colegios durante 35 semanas, seguida por Alemania (28), Reino Unido (27) y España (15), según datos de la Unesco. El nuevo primer ministro, Mario Draghi, decidió cerrar nuevamente a principios de marzo todas las escuelas en las zonas rojas. En las amarillas y naranjas el 100% de los estudiantes hasta tercero de secundaria acuden a las clases en persona, pero la última palabra la tiene el gobernante regional que puede clausurar todo, especialmente cuando los contagios superan los 250 casos por cada 100 mil habitantes.
Después de Semana Santa, el sistema sufrirá un ligero cambio: en las zonas rojas todos los alumnos hasta primero de secundaria volverán a los salones, mientras los administradores locales podrán decidir sobre los cierres solo si se presenta una situación de fuerte gravedad sanitaria. “Si tuviera que describir este año con una palabra diría incertidumbre. No he dejado ni un bolígrafo o un libro en las aulas porque habrían podido cerrarla el día después”, expone Francesca Sputore, de 27 años, que enseña en una primaria de Vasto en la región de los Abruzos, en el centro del país.
Los institutos de bachillerato han tenido que modificar completamente su estructura para asegurar, cuando están abiertos, las clases presenciales a entre el 50% y el 75% de los estudiantes, según tres opciones principales. La primera, se divide a los grupos en dos para que una mitad acuda y la otra estudie desde casa; segunda, todos asisten un día o una semana en persona, y el día o la semana siguiente se conectan en remoto; tercera, la clase se parte en tres y solo dos grupos van al colegio, el otro se queda en casa. En algunos casos, para gestionar los grandes flujos de alumnos, se han establecidos dos turnos, uno que va de las 8.00 a las 14.00 horas y otro de las 10.00 a las 16.00.
Estos esquemas convierten a la tecnología en un recurso fundamental para que nadie se quede atrás, aunque la posibilidad de acceso a internet cambia con base en el contexto familiar. De acuerdo con el Instituto Italiano de Estadística, 850 mil personas entre los 6 y los 17 años no poseen una computadora o tableta; en el sur del país la cifra incrementa hasta uno de cada cinco. Además, cuatro menores de cada diez viven en hogares hacinados o tienen que compartir las herramientas electrónicas a su disposición con otros, como es el caso de Omayma, joven de 18 años de Turín (Piamonte): “Es muy limitante y además no soy hija única. Tenemos que compartir un ordenador entre tres y a veces la red falla”.
"Ha sido un año desperdiciado y nunca volverá"
Omayma
Los adolescentes como Omayma son los más afectados también fuera del ámbito escolar porque su vida social ha quedado mermada por las restricciones. Un estudiante de cada tres dice sentirse menos preparado con las clases en educación a distancia, según un informe de Save The Children, y muchos se sienten cansados, preocupados, ansiosos, nerviosos o apáticos. “Extraño las charlas durante el recreo o cuando todos nos reunimos para criticar al profesor de física porque nos había dado demasiados deberes. Echo de menos ver, tocar a las personas y también la relación que hemos construido con los docentes durante cinco años. Ha sido un año desperdiciado y nunca volverá”, lamenta.
La posición de los profesores
En enero, el 70,4% de los profesores se declaró en contra del regreso a las clases presenciales en Italia, de acuerdo con un sondeo del Instituto Nacional para los Análisis de las Políticas Públicas, basado en 800 entrevistas. En ese entonces, los colegios se preparaban para reabrir tras la pausa navideña y las fuertes restricciones causadas por la segunda ola de la covid-19. Una veintena de centros de Roma divulgaron el mismo lema, a menudo junto a los alumnos: “Vuelta sí, pero con seguridad”. Entre las nuevas medidas se introdujo la obligación de llevar todo el tiempo la mascarilla, incluso sentados.
Para Maria Grazia Nuzzo, profesora de Italiano, Geografía, Historia y Latín en el Instituto Margherita di Savoia de la capital italiana, el sistema escolar nacional público sufre algunas graves deficiencias estructurales: “Cuando tienes clases numerosas y no sabes dónde meter a los estudiantes, no puedes hacer milagros. Cuando los medios de transporte no funcionan y el metro no aguanta las horas pico no podemos hacer mucho. Varios docentes que ya sufrían otras patologías no han podido volver. Colegas que han asistido a los padres ancianos no se han reintegrado”, enfatiza. Entre confinamientos y contagios, el colegio solo pudo contar con 45 de los 90 profesores, detalla.
En una metrópoli como Roma, la ausencia de un adecuado sistema de transporte público, criticado por la ciudadanía, ha obligado a los centros a tomar medidas para hacer frente al problema. Algunos dividieron la entrada entre las 8.00 y las 10.00 de la mañana para que los trabajadores y los jóvenes no se mezclen en las horas más concurridas. “El Atac [la empresa de transporte de la ciudad] ha dictado las reglas sin potenciar el servicio”, apunta Claudia De Rosa, profesora de Latín y Griego en el Instituto Augusto de la capital italiana.
Con el sistema conocido como Didáctica Digital Integrada (Ddi), que mezcla estudiantes en aulas y otros en Dad, los profesores también tienen problemas para mantener el correcto desarrollo de la actividad escolar. En el Instituto donde trabaja De Rosa, las clases con más de 17 alumnos se dividen en tres grupos, dos de forma presencial y uno en casa. Se van alternando y comparten el mismo espacio físico. Si hay un examen, la docente tiene que preparar una prueba para aquellos presentes y otra para los que están en casa cuando vuelvan a la escuela.
“No sé si importa la psicología del trabajador, pero te aseguro que nosotros los docentes no aguantamos más. Estamos fastidiados de la propaganda que nos ve como vagos y perezosos y estamos hartos del miedo al contagio”, afirma De Rosa. De 56 años y diagnosticada con insuficiencia valvular aórtica, está preocupada de que pueda contraer el virus y este provoque serias consecuencias sobre su salud debido a su condición. “Si hay una escala de valores, la salud está siempre en primer lugar. En los colegios estamos nosotros, no robots, y tenemos una edad promedio alta”, menciona.
Federica Mangano, por su parte, es suplente en una primaria en Novara (Piamonte). El último decreto del Gobierno permite las clases presenciales para menores que necesitan de asistencia especial, como el caso de aquellos que sufren problemas de aprendizaje o autismo. Mangano, de 23 años, ha tenido que ocuparse al mismo tiempo de un alumno en presencia y de un grupo entero en educación a distancia. “Si un niño que a los 6 años se percibe como diferente llega a la escuela y ve que no hay nadie, ¿cómo se puede sentir? Aún más diferente”, zanja.
El último decreto del Gobierno permite las clases presenciales para menores que necesitan de asistencia especial
La sensación común entre los profesores entrevistados es que la educación no ha sido considerada como una prioridad para el Gobierno. “Me parece claro que los niños están mal, que hay problemas de salud mental, que aumentan los disturbios relacionados con la ansiedad y el autolesionismo. Sin embargo (los gobernantes), se hacen tontos porque es más importante resolver la crisis económica”, opina Mangano. De Rosa, en cambio, piensa que el personal escolar habría tenido que ser uno de los primeros grupos vacunados para volver a abrir los colegios: “La educación no es una prioridad también por eso”. Casi el 60% de ellos ha sido vacunado con el primer pinchazo, pero alrededor del 1% ha recibido la segunda dosis.
Los universitarios en Dad
Una de las imágenes más llamativas del año pandémico es el estudiante universitario con la tradicional corona de laurel mientras celebra su graduación online. Mangano era todavía alumna cuando la covid-19 llegó a Rumania, donde estaba de Erasmus (intercambio escolar). De vuelta a Italia, el pasado noviembre se licenció en Padua (Véneto) desde su casa en Novara (Piamonte): “Lo lamenté mucho, porque en Italia la graduación es la conclusión de un viaje muy importante. Ha sido deprimente, pero me imaginé que iba a terminar así”, cuenta.
Los universitarios han sido otros grandes olvidados de la emergencia sanitaria. “Veía las ruedas de prensa del primer ministro y nunca sabía lo que tenía que hacer. Tenía que buscarlo en la web o en los periódicos”, relata Ygnazia Cigna, de 21 años. Durante el primer confinamiento regresó a Mestre, cerca de Venecia, para estar con su familia antes de volver a Roma, donde está su universidad, La Sapienza. “Me llevó un año activarme para levantarme, encender la computadora y seguir las clases atentamente. He entendido que si no había nadie que me viera, tenía que hacerlo por mí”, comenta. Su regreso a las aulas físicas duró poco más de dos semanas, hasta que la región volvió a entrar en zona roja. Muchos estudiantes han vuelto a su tierra natal para seguir estudiando en Dad.
“La Dad ha dado un impulso notable a mi pereza física"
Federico Brignacca
“Desde octubre hasta hoy he seguido pocas clases”, reconoce Federico Brignacca, de 24 años, que vive con Ygnazia. Se mudó a la capital italiana para cursar una maestría mientras sigue estudiando otro programa en línea en la facultad de Ciencias Políticas de Pavía. “La Dad ha dado un impulso notable a mi pereza física. Voy a la cama tarde y me levanto tarde. Me despierto a las 10 y me quedo dos horas acostado sin hacer nada”, señala.
“Dicen que es la edad del cambio, entonces es mejor seguir viviendo en vez de pensar en lo que era”, plantea Omayma. En unos meses terminará el bachillerato y tendrá que escoger qué carrera quiere cursar en la universidad. “No sé si hacer algo más práctico, como estudiar de enfermera, o ciencia política”, añade. Hasta entonces, pasará mucho tiempo en Dad, una solución temporal convertida en una pesadilla a largo plazo.
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