Docentes de México, Colombia, Argentina y Brasil relatan la dificultad de dar clases a alumnos que apenas cuentan con los recursos para recibir una educación a distancia
Hidalgo (México) / Bogotá | 5 de abril de 2021
En el patio de un colegio público en el estado de Hidalgo (México), un grupo de niños juega a las correteadas. Es una tarde soleada de marzo de 2020 y uno de ellos grita: “¡Cuidado, que soy el coronavirus!”, mientras corre para asustar a sus compañeros, que ríen y se apartan. Ese monstruo infantil que era el protagonista de un juego se convirtió después en una pesadilla que ha atemorizado a todo el planeta por los estragos causados por el covid-19. En América Latina, la pandemia obligó a paralizar las clases y desveló de paso la brecha tecnológica y económica que aqueja al continente. La situación ha golpeado aún más a los sistemas educativos, debilitados desde hace décadas.
Las hermanas Paola y Karina Garamendi son profesoras de primaria en dos escuelas, una privada y otra pública, en Hidalgo. Ambos institutos difieren por el tipo de financiación que reciben, pero la situación ante la educación a distancia ha sido prácticamente la misma. Karina, que trabaja en la pública, relata: “Estoy en el colegio más grande de la zona con unos 600 alumnos. Muchos padres no pueden acceder a internet o no tienen una computadora porque los empleos aquí no son bien remunerados”.
Para ilustrar la dificultad de los niños al recibir clases cuenta que, de 23 alumnos que tiene en uno de sus grupos, solo ha tenido contacto con cinco de ellos en los últimos meses. Su hermana, docente en un colegio privado, dice que muchos padres que perdieron su empleo decidieron dejar de pagar las matrículas. Varios de sus estudiantes se han quedado también sin servicio de internet en sus casas. En México no se ha vuelto a las aulas de forma presencial desde el inicio de la crisis sanitaria. El estado de Campeche será el primero en acogerlos de vuelta a mediados de abril, un año después.
Karina Umbral da clases desde hace seis años en una escuela de nivel medio para alumnos en comunidades alejadas de las grandes urbes. En el municipio de Metepec, a más de dos horas de la Ciudad de México, las realidades contrastan, más en el escenario actual: “Son comunidades donde, en algunas, no hay ni medios de transporte. Tengo estudiantes que deben caminar dos horas para llegar al instituto”. Cree que muchos de los padres no ven más allá que continuar con las actividades desarrolladas en el lugar, que son la ganadería y la agricultura. “Cuando terminan la educación básica, piensan que ya se pueden dedicar al negocio familiar e ir sobreviviendo. Muchos tienen la idea de migrar a Estados Unidos porque consideran que es más viable”, matiza.
De una población de más de 126 millones de habitantes, México registra más de 52 millones en la pobreza, y a más de nueve millones en pobreza extrema, según cifras de 2018 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). De atender a esa parte de la población se encargan organizaciones como TECHO, que tiene un programa de fortalecimiento escolar para los niños que no pueden asistir a diario a los colegios, o que están atrasados con sus estudios. Sin embargo, desde marzo del año pasado, los voluntarios de esta ONG chilena no han podido impartir clases.
María Fernanda Vázquez, socióloga de TECHO, confirma que un 85% de estas familias en situación de vulnerabilidad se comunica con los profesores por WhatsApp o llamadas telefónicas, y que no pueden pagar los servicios para hacer tutorías en video. “Había una brecha tremenda en cuanto al acceso a las herramientas tecnológicas antes de la pandemia. El 90% de las familias en estas comunidades no tiene wifi”, precisa.
El reto de mantener contacto con los alumnos
Así viven la nueva normalidad miles de docentes, desde México hasta Argentina. Pese a que la mayoría de los países del continente activó planes de emergencia para hacer frente a la pandemia, la situación en el ámbito económico parece haber empeorado. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU pronosticó en julio pasado una caída del 9,1% del producto interior bruto en la región. Es decir, estimaron que habría 45,4 millones de nuevos pobres y 8,5 millones de empleos perdidos en los últimos meses. Ese nuevo escenario repercute también en el acceso a la educación.
En Colombia, la situación se repite. Yaqueline Ángel trabaja desde hace dos años en una sede de la escuela San Nicolás, en una vereda del municipio de Sasaima, a unos 80 kilómetros de Bogotá. Enseña en una institución conocida como unitaria: a un solo colegio asisten jóvenes de diferentes grados y un único profesor se encarga de la educación de todos ellos. Hasta hace un año, Ángel tenía a su cargo entre 10 y 15 niños y niñas de todos los grados. Antes de la crisis sanitaria en su sede no había computadoras, ni conexión a la red. Menos en las casas. Con la llegada del coronavirus a Colombia —un país de 48 millones de habitantes, donde 23,8 millones no tienen acceso a Internet— la dificultad mayor fue la de mantener contacto con los alumnos, según detalla.
La pandemia dejó prácticamente desmantelado el sistema de apoyo para las familias
Confinada en su casa, Ángel menciona: “Como ellos no tienen internet, desde las directivas se decidió manejar guías de trabajo a partir de todos los planes académicos y seguir explicando los temas a distancia”. Esos manuales, que son quincenales, los hace llegar a las casas de cada estudiante después de mandarlos a imprimir a una papelería, donde otra profesora los recoge y los reparte. Para mantener contacto con los alumnos, la docente intenta conservar la rutina de saludar por la mañana, a la misma hora, a los padres que están en el grupo de WhatsApp que ella creó. Sin embargo, afronta dificultades como que en algunas zonas donde residen las familias no hay conexión, o que sencillamente no tienen dinero para recargar los servicios de telefonía móvil.
La situación es muy parecida en el resto de los países del sur, donde la pobreza es la peor aliada frente al escenario de la crisis sanitaria. En Argentina, donde el confinamiento obligatorio comenzó el 20 de marzo pasado y se extendió hasta principios de noviembre, la situación es grave. Unicef calcula que la cantidad de niños pobres en esa nación pasó de 7 a 8,3 millones entre diciembre de 2019 y diciembre de 2020.
WhatsApp como herramienta para enseñar
María Celeste García, de 30 años, es docente de Lenguaje, Matemáticas, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales en un colegio de la Villa 31, una de las zonas más marginadas de Buenos Aires. Da clases a alumnos de entre 8 y 14 años. En su opinión, la pandemia no solo provocó el cierre de las aulas, sino que dejó prácticamente desmantelado el sistema de apoyo para las familias que llevan a sus hijos a esas escuelas, porque allí también desayunan, almuerzan y se llevan un alimento a casa.
Ante este panorama, García optó por WhatsApp también como su método de comunicación, y distingue dos tipos de padres en su interacción: “Los que me mandan las actividades, y está todo perfecto porque se ve que hay gente acompañando. Y después está el no recibir respuesta directamente”. Las personas que viven en la Villa 31 tienen ingresos económicos menores a los que cuentan con trabajos estables en la región. “Varios de ellos dependen, en gran medida, de subsidios estatales. Muchas son familias de inmigrantes que han venido de otros lugares u otros países”, remarca.
Los cordones de miseria se extienden por todas partes y en Brasil la situación no dista mucho a la de la capital argentina. Gilvanaide de Sousa Santos, de 33 años, enseña a alumnos que, en su gran mayoría, son considerados de bajos ingresos en Fortaleza, al noreste del país. “El salario mínimo este año es de 1.045 reales (190 dólares). Si ganas la mitad de eso, ¿darías prioridad al pago de un paquete de internet para tus hijos o comprarías comida para el mes?”, cuestiona. De Sousa insiste en diferenciar entre la enseñanza remota de emergencia y la educación a distancia. Asegura que la primera sirve solo para resolver problemas inmediatos de tiempo y espacio que complican la asistencia física a las aulas, y que la segunda brinda mayores herramientas.
Los efectos de esta crisis van a golpear más fuerte a los grupos más vulnerables. Y la educación, después de la salud, ha sido el sector donde más se ha notado la situación de desigualdad en la que viven millones de niños y niñas en América Latina, de acuerdo con estudios y expertos que han teorizado sobre los efectos generados por la pandemia.
Hasta marzo del año pasado, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU calculó que 300 millones de alumnos de primaria dejaron de recibir sus víveres debido a la suspensión de las escuelas. Mary Guinn Delaney, asesora regional en Educación para la Salud y el Bienestar de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la UNESCO, destaca: “Hacer las clases en línea u organizar la modalidad virtual requiere un conjunto de capacidades y recursos pedagógicos que en la región no tienen el nivel necesario”. Y concluye: “La pandemia del coronavirus ha probado que ningún país tiene un sistema educativo preparado para este tipo de emergencias”.
Los profesores frente a la tecnología
Irma Barquet Rodríguez, doctora en Educación y secretaria académica de la Universidad Contemporánea de las Américas en México, corrobora otra de las complicaciones a las que se enfrentan los maestros en el panorama actual. Una parte importante de los profesores no está adaptada a las nuevas tecnologías. Eso hace que las cargas de trabajo y el agobio tengan todavía un mayor peso para muchos de ellos. “Pareciera que las nuevas generaciones de estudiantes se caracterizan por estar familiarizadas con estas tecnologías, mientras que un porcentaje importante de la planta docente de muchas instituciones carece del dominio en su uso”, expone. También, sostiene que las desigualdades sociales y los diversos contextos hacen más notoria la brecha digital.
Queda en evidencia que hace falta más formación docente
Alejandro González, director general de Educación a Distancia de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), identifica otras dificultades claves en la cuestión tecnológica: “La falta de formación en el profesorado, los problemas de dispositivos adecuados y la cuestión de la conexión a internet”. Para González, queda en evidencia que hace falta más formación docente y que será necesario apuntar hacia esa dirección en el futuro.
En Argentina, y gracias a la labor de comunidades como la Red Universitaria de Educación a Distancia de Argentina (RUEDA), los dominios edu.ar fueron autorizados para funcionar en cualquier dispositivo de manera gratuita. Esa medida ayudó a muchos estudiantes a conectarse en las escuelas que sí tienen sus plataformas de trabajo funcionando en las páginas públicas. Pero no sucede lo mismo en el resto del continente.
González asevera que ha quedado claro que en los colegios de enseñanza básica y media es donde más se hizo evidente la brecha económica y tecnológica. “Aquí hay algo que venimos sospechando de años: ¿quiénes son los que llegan a la universidad? En un país como Argentina no llegan todos, y el que llega tiene otras condiciones económicas o tecnológicas. Eso nos ocurrió en la escuela media, en la primaria, y en las de oficios. Ahí fue más marcado el problema y la desigualdad del acceso a la educación”.