Cuatro solicitantes de asilo rusos del colectivo LGTBI+ encuentran un sitio donde rehacer sus vidas tras escapar de la persecución y la violencia que sufrieron en su país
Madrid | 13 de diciembre de 2022
Boris Shiniaev ha vivido el peor y el mejor día de su vida este año. Al encender la televisión por la madrugada, vio en shock las imágenes que dejaron helado al mundo. Los tanques rusos atravesaban la frontera con Ucrania y dieron inicio a una nueva guerra en Europa, el 24 de febrero de 2022. Esa noche, el emprendedor, de 48 años, miembro y activista de la comunidad LGTBI+, no pudo pegar ojo. Casi nueve meses después, su vida, la de su esposo, Maksim Savinov, de 40, y la de quien consideran su ‘hijo adoptivo’, Daniil Korolishin, de 23, darían un vuelco. La familia procedente de Moscú es ahora solicitante de asilo en España, tras huir de un país peligroso para los homosexuales. Con una nueva ley promulgada en diciembre, que penaliza las actividades de este colectivo ya acosado por la policía y por la ultraderecha, marcharse de su tierra se volvió una cuestión de vida o muerte.
La situación provocada por la guerra solo ha sido la gota que ha colmado un vaso lleno de acoso, malos tratos y violencia que han padecido desde que se conocieron en 2007. En una sociedad conservadora como la rusa, la orientación sexual determina desde los lugares a los que se puede ir hasta la forma de vestir. La pareja ocultó constantemente su relación. “Nos encontramos repetidamente con la homofobia en nuestra vida, al punto que es una de las razones por las que Maksim tuvo que dejar su trabajo”, cuenta Shiniaev desde la mesa de un restaurante en el espacio cultural de Matadero, al sur de Madrid.
Durante la conversación, hace de traductor de su familia, mientras intenta reconstruir en su memoria los momentos más difíciles de su vida. Pese a que ya planeaban huir de Rusia, su salida se volvió más urgente cuando su ‘hijo adoptivo’, Koroloshin, recibió una orden de reclutamiento. “El día antes del anuncio oficial de la movilización le llegaron dos citaciones para presentarse en el cuartel más cercano. Cuando se anunció oficialmente, el 21 de septiembre, lo evacuamos urgentemente”, cuenta. Con las sanciones impuestas por la Unión Europea (UE), como la prohibición de los vuelos rusos sobre el espacio aéreo comunitario, salir del país fue un periplo que duró casi un mes.
“Él compró los billetes para salir por tren a Bielorrusia. Estuvo una semana allí en lo que encontraba el siguiente vuelo para desplazarse a Georgia a través de Azerbaiyán. Y finalmente viajó a Turquía para encontrarse con nosotros. Luego volamos a España”, cuenta entre risas nerviosas Shiniaev, que siente como un alivio haber logrado con éxito su salida.
Koroloshin se volvió parte de su familia hace dos años. Lo conocieron a través de una página de empleo, cuando buscaban redactores para Botachnika, un sitio web de botánica, agricultura y ecología que la pareja creó en 2014. “Estaba en una situación difícil, se había escapado de casa. No había encontrado todavía un sitio seguro donde vivir”, dice Shiniaev.
El ‘hijo adoptivo’ cuenta, sin querer dar muchos detalles, que a lo largo de su vida sufrió episodios de violencia por su orientación sexual en Bélgorod, su ciudad natal, cerca de la frontera con Ucrania. Tuvo que dejar la escuela para dirigirse a Moscú. No pudo acceder a otro colegio a causa de la discriminación. Por ello, optó por tomar un curso en línea de marketing.
Cuando la pareja escuchó su historia decidió ayudarle a recomponer su vida: además de ofrecerle trabajo, se volvieron cercanos y le ofrecieron un techo bajo el cual dormir. “Comenzamos a vivir juntos. Ahora lo consideramos nuestro hijo”, detalla Shianaev. Los tres refugiados continúan recibiendo ingresos desde su página de internet. Sin embargo, a raíz de la invasión a Ucrania, lo que ganaban por medio de la publicidad ha ido cayendo. “Hemos percibido menos. Ahora lo que nos entra es entre 200 y 300 dólares al mes”, dice.
Koroloshin se volvió parte de su familia. Lo conocieron cuando buscaban redactores para un sitio que la pareja creó en 2014
El sitio web, que crearon para tener una fuente de ingresos después de que Savinov dejara su trabajo, era alimentado por colaboradores de todo el mundo rusoparlante, principalmente ucranianos y bielorrusos. El conflicto bélico también les ha afectado. “No todos continúan trabajando con nosotros. Muchos por la guerra, otros simplemente no quisieron continuar con un proyecto de origen ruso”, cuenta Shianaev, que es diseñador gráfico de formación.
El refugiado considera que la situación en Rusia para las personas LGTBI+ ha ido empeorando. “Sobre todo por las nuevas leyes y la tremenda homofobia que hay en la sociedad”, resalta. Las normas a las que se refiere fueron aprobadas por el parlamento en 2013: sancionan la propaganda que promueva “relaciones sexuales no tradicionales” dirigida a menores.
El 6 de diciembre pasado, el presidente, Vladímir Putin, firmó una reforma aprobada por la Duma, como también se conoce al órgano legislativo, que expandió estas restricciones haciendo posible que una persona pueda ser multada con hasta con 10 millones de rublos (unos 160.000 dólares), de acuerdo con la agencia de noticias EFE. “No es propaganda, es simplemente reconocerse como gay, decir que eres gay. No es legal ni siquiera decirlo en voz alta. La misma palabra tiene connotaciones negativas allá”, se queja Savinov.
Vivir atrapado en el clóset
Andrei Elksnitis llevaba una vida bajo asedio, marcada por el acoso que sufría por parte de la policía y grupos de ultraderecha. “Se siente como estar en una guerra constantemente”, explica el activista por los derechos LGTBI+, en videollamada. Huyó de su país en julio, cuando la situación se volvió insostenible, describe. En la conversación en varios idiomas, incluido el ruso, español e inglés, su amigo, Mikhail Chernyshov, hace de traductor.
El activista nació hace 27 años en Remda, un pequeño pueblo de la región de Pskov. Decidió mudarse a una gran ciudad para huir de la homofobia que vivía en su localidad. San Petersburgo fue el destino elegido y donde encontró un espacio para poder expresar su identidad sexual. Entró a trabajar en una organización llamada Side by Side: unas prácticas profesionales de unos meses se volvieron un empleo fijo que duraría un par de años.
Elksnitis comenzó su carrera como bloguero y activista LGTBI+ en redes sociales. Usaba TikTok e Instagram como herramientas para intentar cambiar la mentalidad de una sociedad que suele ver la homosexualidad de forma discriminatoria. El activista trabajaba organizando eventos contra la homofobia y realizaba podcast educacionales. Sin embargo, la atención que atrajo no fue la que deseaba y comenzó a recibir amenazas por internet.
Los mensajes se volvieron denuncias a sus cuentas de redes sociales, por lo que le fueron suspendidas. Cuando pudo volver a reactivarlas, las amenazas se tornaron cada vez más violentas. “Eran de tres organizaciones de ultraderecha”, explica. En español, los nombres de estos grupos se traducen como “Estado masculino”, “Buscador de sangre” y “Curador”. Un día le llegó un mensaje con la dirección de su domicilio en el que le exigían que parara con su “propaganda LGTBI+ dirigida a menores de edad” o harían algo al respecto.
La violencia escaló antes de que pudiera denunciarlo a las autoridades. Elksnitis relata que lo golpearon cerca de la entrada de su hogar. “Siempre había estado bajo presión por los mensajes en redes sociales, pero fue cuando recibí esa paliza que entré en shock. Llamé a la policía, pero me respondieron que no había ninguna ley que pudiera protegerme. Al final me dijeron que tenía que resolver mis problemas por mi cuenta y que era mejor si paraba con mis actividades, que aquello no era legal en Rusia”, explica el activista.
“Siempre había estado bajo presión por los mensajes en redes sociales, pero fue cuando recibí esa paliza que entré en shock”
Andrei Elksnitis, activista LGTBI+
Al día siguiente huyó de su casa. Se fue a vivir con un amigo por un tiempo. No obstante, su situación solo siguió empeorando. “Un policía me llamó y me empezó a preguntar acerca de mi trabajo. Me di cuenta de que estaban intentando abrir una investigación en mi contra”, narra. Elksnitis abandonó Rusia en julio pasado. De allí se dirigió a Estonia, después se fue a Letonia y luego tomó un vuelo a Madrid. “Vivir en ese país es como estar atrapado en el clóset [armario]. Y si decides salir tienes que saber que te esperan cosas malas”, zanja.
Mirar siempre sobre el hombro
En 2016, Shiniaev también sufrió violencia homófoba. “Era tarde en la noche, como las 11”, cuenta. Se encontraba en una estación del metro de Moscú: “Estaba subiendo las escaleras eléctricas cuando escuché unos gritos, insultos. Traté de mantener la calma, no reaccioné, pero ahí me golpearon. No recuerdo nada. Me desperté debajo de un puente y sin ropa”.
Shiniaev narra con dificultad la escena, mientas se toca constantemente la mejilla derecha. Lleva una cicatriz vertical cerca del ojo, provocada por la agresión. Nunca logró identificar a sus agresores, ni quiénes eran o cuántos. “Ni siquiera fuimos a la policía, no supimos quién fue, incluso pudieron haber sido ellos. Teníamos miedo. Preferimos no decir nada”, sostiene.
A partir de ese hecho prefirieron pasar largas temporadas fuera de Rusia. Dado que podían manejar su página web desde cualquier parte del mundo y que recibían ingresos estables de ella, decidieron viajar y vivir en otros lugares: Tailandia, Vietnam, Brasil, Turquía. En cada uno pasaron entre tres y seis meses. Cuando regresaban a su país, cambiaban constantemente de residencia. “Brasil ha sido el [sitio] más tolerante de en los que hemos vivido”, cuenta Shiniaev. “Estaba lleno de activistas, no solo LGTBI+, sino también contra el racismo”.
El destino más importante de sus vidas sería Lisboa: visitaron la ciudad para contraer matrimonio en junio. “Escogimos Portugal porque permiten casarse a quienes no son ciudadanos de la UE”, explican. En ese viaje tuvieron la oportunidad de visitar España. Hicieron una parada en el desfile del orgullo en Barcelona, el primero que se celebraba plenamente después de la pandemia. “Siempre he visto a este país como el mejor para mí. Cuando tuvimos que huir de Rusia, el primer sitio en que pensé era España”, cuenta.
Para la familia de tres, este lugar es ahora su único destino. “¿Qué esperamos de nuestra vida en España? Bueno, antes que nada es seguro, seguridad. La posibilidad de trabajar, de proyectos nuevos y sobre todo de tener un sitio donde hacer nuestro trabajo sin estar expuestos al peligro. Maksim tiene sueños sobre tener hijos”, dice con una sonrisa Shiniaev.
Elksnitis, por su parte, también concuerda con el tema de seguridad: “[De España] me gusta el clima, la cultura, la gente y la sociedad. Y sobre todo porque aquí no sientes miedo, no tienes que andar mirando atrás por encima del hombro. Puedes vivir una vida normal”.
El cuello de botella del sistema de asilo
Su llegada a suelo de la UE, pese a las sanciones a Rusia, como la limitación de visas que se emiten para entrar en el espacio comunitario, fue solo el primer peldaño de una larga subida. En España, el sistema de solicitud de citas para aquellos que necesitan protección internacional está actualmente saturado. “No fue fácil, pero tuvimos suerte”, reconoce Shiniaev, que al aterrizar en octubre pudo conseguir una cita con la ayuda de un chatbot de notificaciones de Telegram, que les avisó el momento en el que se había liberado un lugar.
“¿Qué esperamos de España? La posibilidad de tener un sitio donde hacer nuestro trabajo sin estar expuestos al peligro”
Boris Shiniaev, ruso radicado en Madrid
La situación para el resto de solicitantes de asilo dista de este caso. La página de petición de citas arroja constantemente un mensaje: “No disponible”. Elena Muñoz, coordinadora estatal jurídica de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), menciona que la gente busca un espacio libre durante días seguidos, pero que es “imposible” conseguirlo.
La experta jurídica explica que el área del Gobierno encargada de gestionar la disponibilidad de citas es el Ministerio del Interior. “Las entrevistas de solicitantes las hace la Policía Nacional y se llevan a cabo en las distintas comisarías que publican todos los días un número determinado de citas, aunque se agotan inmediatamente”, comenta Muñoz.
El procedimiento de solicitud para refugiados en España se hace por fases. En la primera, el peticionario debe dirigirse a una comisaría para declarar que su vida o sus derechos humanos corren peligro en su país de origen por motivos políticos, étnicos o religiosos. “Al registrarles les dan un documento que se llama manifiesto de la voluntad. Una vez que hayan hecho eso, que es simplemente recoger sus datos y grabarlos en una base de solicitantes de protección internacional, les dan una segunda cita para hacer la entrevista, que es cuando empieza el procedimiento de asilo”, describe la experta jurídica.
En esa segunda entrevista los solicitantes declaran las razones por las que piden asilo. “El foco no está tanto en lo que te ha sucedido en tu país en el pasado, sino sobre todo en el riesgo en caso de regresar. Es decir, en qué situación se encontrarían estas personas si son retornadas a su país. ¿Correrían riesgo por su orientación sexual? ¿O de ser reclutados si no quieren por opiniones políticas porque son objetores de consciencia? Sí o no”, analiza la experta de CEAR, que añade que el proceso de resolución para los solicitantes rusos está durando poco más de seis meses. En noviembre de 2022, 225 peticiones de asilo de ese país recibieron una resolución favorable, mientras que en 166 casos fue rechazada, según el Ministerio del Interior. Shiniaev y su familia tendrán cita el 29 de diciembre.
Elksnitis tuvo menos suerte para encontrar la primera cita: viajó a Málaga, en el sur, para poder iniciar el procedimiento, ya que en Madrid no encontró ninguna disponible. Él ya tuvo su segunda entrevista y ha sido recibido por una iniciativa de acogida de Cruz Roja y el Gobierno español; a través de una organización en León, en el centro del país, ha obtenido un lugar donde dormir e integrarse. “El programa dura 18 meses. Esta ayuda es muy benéfica para los solicitantes de protección internacional, ya que nos ayuda con varias cosas. Por ejemplo, alojamiento, alimentación, asistencia legal, traductores, etcétera”, narra el activista.
Un viaje sin retorno
El exilio que estos rusos han emprendido se suma al que han padecido otros cientos de miles de compatriotas. La revista Newsweek estimó en abril que más de 370.000 personas huyeron del territorio solo en un mes, desde el anuncio de la movilización militar de Putin.
Savinov y los miembros de su familia dedican todos los días media jornada a buscar casa y la otra mitad a mantener su sitio web fluyendo. Mientras tanto, han pasado ya por ocho alojamientos distintos que han encontrado entre aplicaciones turísticas y páginas de búsqueda de hoteles. El hecho de que su documentación esté en ruso ha sido un obstáculo a la hora de hallar agencias que puedan encontrarles un sitio para alquilar.
Elksnitis, por su parte, ha comenzado a rehacer su vida en León. El refugiado afirma que con la asociación que lo ha acogido lleva una agenda apretada. “Por lo general, de 09.00 a 15.00, aprendo español. Después un poco de descanso, salgo a visitar un museo o a explorar la ciudad. También estudio inglés y cosas sobre la cultura española. Leo mucho sobre estos temas para comprender mejor a los españoles e integrarme mejor”, destaca.
“Aquí no sientes miedo, no tienes que andar mirando atrás por encima del hombro. Puedes vivir una vida normal”
Andrei Elksnitis
El activista opina que volver a su país es algo impensable. “Si regreso, seguro que terminaría en prisión. No podría tener una vida normal. Cada vez que saliera de casa no sabría si terminaría golpeado o detenido”, reflexiona. Y añade: “Solo si todo cambiase en Rusia y llegase a tener una sociedad sana y democrática, pensaría en regresar. Pero no creo que suceda”.