Soledad Talamas fue exculpada tras cuatro años, y un mes presa, por el asesinato de su pareja, quien la maltrataba e intentó violar a su hija
Buenos Aires | 22 de julio de 2022
Soledad Talamas prepara café en la cocina de su hogar. Bate con fuerza una taza mientras su mirada recorre el lugar rectangular, con forma de vagón de tren. Es junio de 2022.
—Me costó volver a vivir acá. Toda esta casa es él. La construimos juntos. Hay días que se me da por mover todos los muebles. Ahora que terminó todo estoy pensando en irme a otra provincia, quizás a Córdoba [Argentina], donde hay buen clima—, comenta.
Está pronta a cumplir 39 años, pero parece de veintipico. Tiene el pelo negro corto, enmarca su cara redonda. Su mirada es serena, pero confiesa que le cuesta recuperar su vieja vida.
—Es difícil estar tranquila, la procesión va por dentro— afirma mientras prende el horno para calentar el ambiente.
Hace tres meses la causa por asesinar a su pareja fue sobreseída. En septiembre de 2018, su marido intentó violar a su hija de entonces 14 años y amenazó con matarlas a ambas.
Desde hace cuatro años se dedica solo a cuidar a sus hijos y a las tareas del hogar. Sale poco, dice que perdió a sus amigas. Su único vínculo es con sus padres que viven en la casa de al lado en el barrio marítimo de Berazategui, provincia de Buenos Aires.
Talamas pasó 33 días presa en una comisaría de Berazategui. Fue acusada de “homicidio agravado por el vínculo”, cuya pena máxima es la prisión perpetua. En octubre de 2018, recuperó su libertad condicional. Sin embargo, su situación procesal se resolvió recién el 18 de abril de 2022, cuando fue exculpada: un juez determinó que actuó en legítima defensa en contexto de violencia de género. La Fiscalía no apeló y el fallo quedó firme en mayo.
—Todos estos años pasé mucho miedo, creía que en cualquier momento me iban a detener nuevamente. No me acostumbro a la idea de que ya se terminó—, describe.
A pesar de que la Justicia la encontró inocente, dice que no puede sacarse la culpa.
—Es una huella que me va a quedar toda la vida. Mi intención no era matarlo, ese día pensé que él por fin se iba a ir de la casa—, relata.
Infierno puertas adentro
Talamas conoció a Cristian Serna siete años antes de acabar con su vida. Ella venía de separarse de otro Cristian, con quien tuvo una hija, hoy de 18 años, y un varón, de 22.
Un día llamó a un electricista y tocó a su puerta “el Cristian número dos”, como le decía para diferenciarlos. Se casaron dos años después. Construyeron su casa en el terreno de al lado del de los papás de Talamas. A ella le gustaban mucho las plantas y sembró un árbol.
—Amaba mi patio. Me hacía feliz. Ahora dejé de cuidarlo—, recuerda.
Tuvieron una hija. En el embarazo iniciaron las discusiones. Ella limpiaba casas, él le pidió que dejara de trabajar y que no viera más a sus amigas: accedió “por su familia”.
No recuerda la fecha exacta en que empezó a golpearla, pero cuenta que fue una noche que llegó borracho y le molestó cómo estaba vestida. De ahí en más fue algo cotidiano.
—Nunca me pegaba en la cara. Me marcaba en lugares que no se verían a simple vista, para que nadie me creyera—, revela mientras retuerce su cuerpo en la silla.
Serna estaba obsesionado con su hija adolescente. Relata que le dijo que iba a abusar de la jóven y que sería testigo. Talamas se opuso y como represalia la amordazó, le ató las manos hacia atrás con una camiseta y la violó. Fue la primera de muchas violaciones.
—Me dió a elegir entre mi hija o yo. Le dije que jamás iba a permitir que la tocara. Ese fue el inicio de los abusos hacia mi. Él se descargaba conmigo sexualmente y todo era para no llegar a ella—, declaró la mujer ante la justicia.
“Es una huella que me va a quedar toda la vida. Mi intención no era matarlo, ese día pensé que él por fin se iba a ir de la casa”
Soledad Talamas
Durante esos meses persiguió a su hija, comenzó a controlar su forma de vestir, los lugares a los que iba, a qué hora volvía. Una noche la obligó a desbloquear su celular y se reenvió tres fotos de ella a su teléfono. La adolescente estalló el celular en el piso. Serna se enojó con Talamas, la golpeó, la encerró en el baño y la violó.
—Nunca nos quiso contar nada pero yo notaba que algo pasaba. No se reía, era otra persona. Parecía un fantasma—, comenta la madre.
Una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud. En Argentina, cada día 60 mujeres son víctimas de abusos y violaciones, la mayoría en el seno familiar.
La Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Argentina atendió en 2018 más de 11.500 denuncias. En 2021, los últimos datos registrados, estas ascendieron a 16.000. La mitad de los atacantes resultaron ser las parejas o ex de las denunciantes: en el 35% de los casos convivían con ellas.
Julieta Di Corleto, abogada especialista en derecho penal y género, considera que la violencia contra las mujeres en el ámbito intrafamiliar es una de las manifestaciones más evidentes de la desigualdad entre géneros: “Debe ser concebida como una forma de control que incluye violencia física, sexual o psicológica”.
Muchos casos no llegan a ser denunciados. Di Corleto asegura que hay un sistema judicial que en ocasiones desoye a las mujeres y un sistema policial que muchas veces no les toma las denuncias. Cuando Talamas confesó que había matado a su marido, los policías le preguntaron por qué no había denunciado los golpes y abusos previos.
Durante las evaluaciones psiquiátricas hubo preguntas revictimizantes: por qué no se había ido de su casa o por qué él convivía con su hija si le había dicho que quería violarla. “La pregunta sobre por qué la víctima no se fue antes es común. Asume que el abandono del hogar terminará con la violencia y cuestiona la credibilidad de la mujer”, destaca Di Corleto.
Legítima defensa
Agitada, Talamas miró las palmas de sus manos. Estaban rojas de dolor. Soltó el cordón que tenía en una de ellas y, como si fuera un reflejo, las movió para aflojar la molestia. Estaba sentada en el asiento de atrás de una camioneta. En el lugar del acompañante su hija lloraba en silencio. Sobre sus piernas estaba tendido su cuerpo sin vida de Serna.
—Tranquila hija, me voy a entregar—, dijo.
Corrió hacia la casa de sus papás, a unos 500 metros de donde estaban estacionados. Su mamá Ladisla estaba en la ventana. Llevaba varios minutos vigilando. Abrió la puerta cuando la vió cruzar el portón de entrada. “Por el terrible estado en que estaba cuando él las pasó a buscar imaginaba que ambas ya estaban muertas en el Río Hudson”, relata la señora.
—Lo maté mamá, lo maté. Quiero que lo sepas por mí—, explicó Talamas.
En un país como Argentina, donde cada 29 horas fallece una mujer a manos de un hombre, los casos donde matan a sus agresores suelen ser más resonantes, tienen mayor visibilidad y condena en los medios de comunicación. No hay estadísticas oficiales sobre el fenómeno.
Di Corleto añade: “Esta valoración no es casual si se tiene en cuenta que tiempo atrás el homicidio al marido era considerado tan grave como el delito de traición y que, además, el cónyuge podía golpear a su mujer como parte del ejercicio del derecho de corrección”.
Son varias las mujeres que fueron imputadas y hasta condenadas por homicidio sin considerar el contexto de violencia. Cuando en 1921 se sancionó el Código Penal argentino, este fue pensado por y para el hombre. La violencia de género se incluyó en 2012 como una agravante de figuras autónomas ya existentes.
La abogada Sofia Veliz, activista del colectivo feminista Futura —que ha acompañado a Talamas desde el momento de su detención— resalta: “Llama la atención que el Código Penal argentino presume que cualquier persona que mata a alguien que entra a su casa por la noche actúa en legítima defensa, pero no supone lo mismo para una mujer que se defiende en un contexto de violencia machista o que protege a su hija de un violador”.
En un estudio elaborado en 2020 por Di Corleto, Mauro Lauría-Masaro y Lucia Pizzi, se resalta que la Corte Suprema de Justicia Argentina ha emitido tres decisiones vinculadas a la necesidad de interpretar el uso de la legítima defensa con perspectiva de género.
El reciente fallo a favor de Talamas sigue estos lineamientos de la Corte. Plantea que, dado que el homicidio se gestó en el marco de “una situación de violencia de género e intrafamiliar”, este “debe ser analizado sin ningún tipo de duda con perspectiva de género”.
María Soledad Feustel, abogada de Talamas, considera que el veredicto sienta un importante precedente para futuras víctimas imputadas: “El juez hizo un extenso análisis sobre la violencia que padeció. Esto no es tan habitual en los casos de este tipo”.
Huellas indelebles
Es el 2 de noviembre de 2018. Talamas recuperó su libertad hace casi un mes. Está viviendo en la casa de sus papás. Su madre la describe como “una sobra de lo que era”. No llega a pesar 49 kilos, dice que en el último año bajó al menos 10.
En Argentina, cada día 60 mujeres son víctimas de abusos y violaciones, la mayoría en el seno familiar
Está pálida, casi amarilla de ver poco el sol. Lleva puesto un polar negro tres tallas más grandes, un jean holgado y unas zapatillas azules. Su contextura es chica. Su imagen no coincide con la de una mujer con la fuerza suficiente para ahorcar a un hombre.
Los recuerdos de ese día vienen y se van. Hay noches que aparecen muy nítidas, relata Talamas, siente el mismo miedo que tuvo en los últimos meses que vivían juntos.
El sábado 1 de septiembre de 2018, Serna la llamó desde el trabajo. Le pidió que le guardara la ropa en bolsas porque dijo que se iba a ir definitivamente de la casa. Le pidió hablar con su hija para pedirle disculpas y despedirse. Las recogió en su coche, estaba borracho.
—Por tu culpa nuestro matrimonio está destruido. Vos entraste en mi cabeza y no puedo sacarte. Ustedes hoy no vuelven vivas—, amenazó a la adolescente.
Estacionó en una zona oscura. Apagó las luces, prendió un cigarrillo, tomó un sorbo de lata de cerveza que llevaba entre los muslos y se lanzó sobre su hija. La empezó a tocar en medio de las piernas. Acorralada contra la puerta, le pidió ayuda a su mamá.
—¡Mamá, mamá!
Talamas pensó que las violaría a ambas. En su cabeza vio la imagen de las dos muertas, tiradas en un descampado. Se arrancó el cordón de la capucha de su campera [sudadera] y lo ahorcó. No creyó que lo había matado hasta que lo vio desplomarse sobre su hija.